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God Save The Queen (desde el punto de vista de ilustres músicos británicos)

Por razones obvias, en las últimas horas, el «God save the Queen» me ronda una y otra vez por la cabeza. Conociéndome resulta evidente que es la versión de Sex Pistols la que aparece en mi imaginario. Una versión poco ortodoxa y nada respetuosa con el himno de la Gran Bretaña y, aunque los Sex Pistols digan amar a la reina, tampoco es respetuosa con ella. No pretendo faltar el respeto a nadie, ni viva ni muerta, pero los himnos no siempre representan a todos y, pocas veces representan a los más desfavorecidos.

In Phidelio explica perfectamente el contexto de esta versión de Sex Pistols en Radiolaria y la letra de la canción ilustra perfectamente lo que allí se cuenta

God save the Queen / Dios salve a la reina
Her fascist regime / Su régimen fascista
It made you a moron / Te hizo un tonto
A potential H-bomb / Una bomba H potencial

God save the queen / Dios salve a la reina
She ain’t no human being / No es un ser humano
There is no future / No hay futuro
In England’s dreaming / En el sueño de Inglaterra

Don’t be told what you want to want to / No te digan y lo que quieres
And don’t be told what you want to need / No te digan y lo que necesitas
There’s no future, no future / No hay futuro, no hay futuro
No future for you / No hay futuro para ti

God save the Queen / Dios salve a la reina
We mean it, man / Lo queremos decir en serio, hombre
We love our Queen / Amamos a nuestra reina
God saves / Dios salva

God save the Queen / Dios salve a la reina
‘Cause tourists are money / Porque los turistas son dinero
And our figurehead / Y nuestra figura
Is not what she seems / No es lo que parece

Oh, God save history / Oh, Dios salve la historia
God save your mad parade / Dios salve tu desfile loco
Oh, Lord, God have mercy / Dios, ten piedad
All crimes are paid / Todos los delitos se pagan

When there’s no future, how can there be sin? / Cuando no hay futuro, ¿cómo puede haber pecado?
We’re the flowers in the dustbin / Somos las flores en el cubo de basura
We’re the poison in your human machine / Somos el veneno en tu máquina humana
We’re the future, your future / Somos el futuro, tu futuro

God save the Queen / Oh, Dios salve la historia
We mean it, man / Lo queremos decir en serio, hombre
We love our Queen / Amamos a nuestra reina
God saves / Dios salva

God save the Queen / Dios salve a la reina
We mean it, man / Lo queremos decir en serio, hombre
There is no future / No hay futuro
In England’s dreaming / En el sueño de Inglaterra

No future / No hay futuro
No future / No hay futuro
No future for you / No hay futuro para ti

No future / No hay futuro
No future / No hay futuro
No future for me / No hay futuro para ti

No future / No hay futuro
No future / No hay futuro
No future for you / No hay futuro para ti

No future / No hay futuro
No future for you / No hay futuro para ti

Quienes me habéis leído sabéis que yo soy muy de los Beatles. Ellos también la dedicaron su canción, «Her Majesty», sin duda más amable que la de Sex Pistols , pero no puedo suscribir al cien por cien su texto. ¡Por Dios! No puedo imaginar como nadie pudo pensar en hacer suya a la abuela de todos los ingleses (the much beloved grandmother of the nation) como la ha definido Mick Jagger.

Su Majestad es una chica muy agradable / Her Majesty is a pretty nice girl

Pero ella no tiene mucho que decir / But she doesn’t have a lot to say

Su Majestad es una chica muy agradable / Her Majesty is a pretty nice girl

Pero ella cambia de un día a otro / But she changes from day to day

quiero decirle que la quiero mucho / I wanna tell her that I love her a lot

Pero tengo que llenarme la barriga de vino / But I gotta get a belly full of wine

Su Majestad es una chica muy agradable / Her Majesty is a pretty nice girl

Algún día la haré mía, oh sí / Someday I’m gonna make her mine, oh yeah

Algún día la haré mía / Someday I’m gonna make her mine

Pues eso, la queen Elisabeth quizás era amable, pero no parece haber tenido demasiada empatía con los olvidados (a los que algunos músicos si quieren recordar). Es lo que tienen los reyes.

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Para ver los soldados de Cataluña. Quisiera ser tan alta como la luna

Mi madre nos cantaba a mi hermana y a mí, cuando éramos muy críos, lo de «Quisiera ser tan alta como la Luna» y nos gustaba. Por supuesto nos quedábamos con lo de la altura y la luna y lo demás ni lo entendíamos ni teníamos el menor interés en entenderlo. Así se cantaba y no teníamos necesidad de entender nada más. Cuando eres adulto te preguntas más cosas: ¿Qué pintaban los soldados de Cataluña y el rey en aquella canción. ¿Quiénes eran?

Te lo preguntas, se lo preguntas a Google y buscas un blog que te lo explique. Mi madre ya no vive para contestar. Desolvidar cuenta la historia tal y como la entiende. Y estoy de acuerdo con él. Independientemente del rey en concreto y de la soldadesca mencionada, hoy y ya hace más de un siglo es sólo una canción infantil.

Mi madre, roja de familia de rojos, nos la cantaba sin preguntarse por lo de «servir al rey», republicana de cuna ella. No se lo preguntaba porque ella lo había cantado de niña y se lo habían cantado sus padres, socialistas, republicanos y maestros de la Institución Libre de Enseñanza, mesetarios sin relación ni parentesco con Cataluña, y que, probablemente, también lo habían cantado a finales del siglo XIX o comienzos del XX. Ya entonces la canción había perdido su entorno político, que seguro alguna vez tuvo, y sólo era una canción infantil.

Quisiera ser tan alta como la Luna

¡ay! ¡ay! como la Luna, como la Luna.

Para ver los soldados de Cataluña

¡ay! ¡ay! de Cataluña, de Cataluña. 

De Cataluña vengo de servir al Rey

¡ay! ¡ay! de servir al Rey, de servir al Rey.

Y traigo la licencia de mi coronel

¡ay! ¡ay! de mi coronel, de mi coronel.

Al pasar por el puente de Santa Clara

¡ay! ¡ay! de Santa Clara, de Santa Clara,

se me cayó el anillo dentro del agua

¡ay! ¡ay! dentro del agua, dentro del agua.

Al sacar el anillo saqué un tesoro

¡ay! ¡ay! saqué un tesoro, saqué un tesoro:

una Virgen de plata y un Cristo de oro
¡ay! ¡ay! y un Cristo de oro…

Sonrío recordando a mi madre cuando éramos niños. Quizás te guste ver otras entradas:

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Adelante hombre del 600

Hombre del 600. No importa que te llamen dominguero airados los taxistas al pasar.
Mañana es fiesta y no recuperable, ha de lucir un sol primaveral.
San Marcús Welby en la televisión, milagroso, un infarto curará.
Atentos al pronostico del tiempo: aguacero, chubasco temporal…

Adelante hombre del 600, la carretera nacional es tuya. Ya se levanta el héroe del domingo, ya ruge su caballo de metal, ya se cala la gorra y acelera, la ciudad queda atrás. Unas gotas de lluvia en la comida, no te preocupes pronto escampará,
Concha coge a los niños que parece, que la cosa va a más.

Moncho Alpuente escribió canciones que me hicieron reír y que reflejaban, en modo de esperpento, la realidad de una España cutre y unos españoles que querían salir adelante y por ello se esforzaban, que se enorgullecían de cuanto conseguían, de sus logros, de sus pequeños éxitos que les ayudaban a sentirse satisfechos de lo que, con mucho esfuerzo conseguían.

El héroe del domingo cabizbajo, agarrota su pie contra el pedal, la lenta procesión, camina al negro pozo de la gran ciudad. Mañana es lunes, la semana empieza fatigado el caballo de metal, triste figura porta el caballero, doña Concha empieza a bostezar.

Mi padre había trabajado durante un año en Suiza. El dinero que allí ganó y la promoción profesional que le supuso a su vuelta cambiaron la economía familiar. A poco de volver mis padres hicieron una obra en casa. Siempre hubo un antes y después de «la obra». Después llegaron el teléfono, la televisión el 600 y la bicicleta que me trajeron los reyes. Todo su trabajo y sus conquistas convirtieron a mi padre, entre otras muchas cosas más que notables, en un hombre del 600, pésimo conductor y orgulloso de lo logrado con un enorme esfuerzo, suyo y de mi madre.

Ahora no corras Pepe ten cuidado, ese loco que viene por detrás, hay que parar porque la niña tiene irresistibles ganas de bajar.

Yo creo que la canción hablaba de mear y no de bajar. Cuando menos, en mi caso, yo era de vomitar y, en aquellos eternos viajes Madrid – Valencia ocho horas, siempre había ganas de mear.

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Detroit, difícil de contar

Desde Chicago nos acercamos a Detroit. Yo tenía muchas ganas de conocerlo y nuestros amigos JR y B lo habían preparado. El viaje incluía paseo por la ciudad, factoría y museo Ford y, por supuesto, el Detroit Institute of Arts Museum.

Esta canción resume, si hay datos para entenderlo, la realidad de la ciudad. Una ciudad construida desde la emigración rural que buscaba trabajo en la industria del automóvil, una vida dura que provocó disturbios sociales y raciales que la crisis del petróleo acrecentaron. La ciudad comenzó a perder población y eso inició una espiral que acabó con la bancarrota de la ciudad. Hoy la ciudad comienza a recuperarse pero sus heridas son evidentes. Queda muchísimo por hacer.

Pasear por la ciudad viendo majestuosos rascacielos de la primera mitad del siglo pasado vacíos junto a rascacielos recién construidos; grandes parcelas vacías, limpias, con alguna casa resistiendo sola en una esquina; muy poca gente por la calle pero los restaurantes llenos, saber que el corazón del automóvil sigue, de algún modo, latiendo desde allí pero con la mayor parte de la producción muy lejos de allí. Parece que están luchando por recuperarla como ciudad.

Visitar la factoría Ford, Ford Rouge Factory, la original a pocos kilómetros de Detroit, en Dearborn fue un choque. Hace ya casi 20 años visité la fábrica Ford en Almusafes y Ford Rouge parece, por tecnología, una anticualla comparada con la de Almusafes que yo visité. Me llamó mucho la atención eso, y mucho más, la ausencia de normativas que parecen básicas en cualquier industria: la inexistencia de protectores de sonido para los trabajadores de la cadena; la no obligatoriedad del uso de calzado de seguridad; cada uno vestido a su modo comiendo y bebiendo en el puesto de trabajo,… No salía de mi asombro. Quien guiaba la visita me lo explicaba por las elevadas condiciones de ergonomía y seguridad de la planta (nada que yo no haya visto en multitud de fábricas de automoción visitadas por mi en Europa). Luego me explicó que a su marido, trabajador de la planta, el seguro le había subido la prima por esa falta de medidas de seguridad en su puesto de trabajo.

La visita al museo Henry Ford lo tenía todo, incluido el panegírico a ese admirador de los nazis que mandó a sus matones a apalear a sus trabajadores en huelga y que luego se llenó la boca de que, durante la guerra mundial, «fabricó armas para la democracia».

Como espectáculo el museo vale la pena, especialmente a quienes nos gustan el automóvil y cuantos ingenios ha desarrollado el hombre en aras de eso que ahora llamamos movilidad. Originales o copias, allí están buena parte de los míticos modelos que han marcado la historia del automovilismo, una réplica del primer aparato de los hermanos Wright, otra del «Spirit of San Luis»; los coches de los presidentes norteamericanos incluido en el que JFK fue asesinado; el autobús en el que Rosa Parks se negó a ceder un asiento a una mujer blanca por el mero hecho de serlo; como han cambiado las cocinas de los hogares en USA a lo largo de los años o un tren rompehielos destinado a circular por praderas atoradas de nieve.

Junto al museo está el Greenfield Village, una especie de parque temático, visitar USA a través de sus edificios. Un pueblo de ficción al que han trasladado, o en el que han reproducido, todo tipo de construcciones que dan idea de lo que ese país ha sido desde su fundación: una granja, una casa de esclavos recién liberados, una sombrerería de New York de finales del XIX, la tienda de bicicletas de los hermanos Wright, la fábrica de luz que Edison hizo para Ford, un mercado,… Visitable y visitado desde un Ford T. Toda una experiencia.

Tuve la fortuna de que ese día allí se celebraba un encuentro de coches antiguos (se celebra una vez al año), coches en funcionamiento, agrupados por años y acompañados de sus propietarios, dispuestos a contarte la historia de sus coches. Coche, mayoritariamente americanos, de todas las marcas y épocas, turismos, deportivos, camionetas, vehículos de guerra, el Ford Mustang del 64, el Jaguar E que me enamoró de niño, los MG, el Ford T o aquellos enormes Cadillacs descapotables con los que soñábamos en el cine.

Y la visita al Detroit Institute of Arts Museum con los frescos que Diego Rivera pintó allí mismo mostrando su visión de la fabricación de automóviles. Más la demostración empírica de que Detroit fue una ciudad muy, pero que muy, rica (cuando menos sus prebostes y capitostes) a juzgar por las excelentes obras de arte que allí se albergan.

Inolvidable la cena en un restaurante popular, fuera del centro de la ciudad, con pianista (blanco) cantando en un lugar en que sólo dos mesas estaban ocupadas por blancos. Motown Bistro, comida sureña servida por quien parecía ser el dueño o encargado del local, un tipo grande, de color, que aseguraba tener ascendencia sevillana y que se enrolló cantando sólo para nosotros con una magnífica voz de bajo que desmereció al pianista que tocaba al fondo de la sala (de nuevo apareció Cole Porter).

Para terminar el viaje os muestro uno de los últimos y más modernos cuadros que vi en el museo. Quizás una muestra viva de la sociedad en que vivimos (Kehinde Wiley, «Officer of the Hussars»)

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Leaving on a Jet Plane to Chicago

Quince días en Chicago, con Ella y en casa de nuestros amigos JR y B, la mejor compañía que uno pueda imaginar porque Ella , JR y B son lo mejor, «You´re the top». Esta vez Cole Porter (una línea común con ellos cuando hemos ido a verles a Estados Unidos) apareció en la voz de un pianista en Detroit mientras cenábamos, en un local muy alejado de los circuitos turísticos, con ese tema de «Anything goes».

Quince días contrastando la realidad con mi imaginario, paleto, de lo que era Chicago. Un imaginario basado en «Tintín en América» y los Intocables de Elliot Ness; pasado por el tiroteo en Union Station y en esa ciudad de la que escapaban dos músicos, vestidos de mujer, perseguidos por la mafia en «Con faldas y a lo loco»; el Chicago en el que Capone se emocionaba en una función de la ópera de Chicago mientras su banda asesinaba por doquier; el Chicago de Jordan y los Bulls; el de el arranque de la ruta 66 y el de el musical con Renée Zellweger, Catherine Zeta-Jones y Richard Gere.

El Chicago del Blues y del Jazz Ese Chicago que me trae a la cabeza a la banda con la que descubrí la fusión del Jazz y el Rock de la mano de un grupo que comenzó por llamarse Chicago Transit Authority para acabar tomando, simplemente, el nombre de su ciudad.

Un Chicago al que me acerqué también a través de la arquitectura, con Frank Lloyd Wright, que allí tenía su estudio y que en aquél COU experimental que disfruté en mi adolescencia tuve ocasión de estudiar y admirar. Un arquitecto al que, en aquellos días ya lejanos cantaron Simon & Garfunkel

Un Chicago del que hemos regresado encantados de la visita y, siempre, agradecidos a nuestros anfitriones JR y B

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Leaving on a Jet Plane

» Leaving on a Jet Plane » es una canción de John Denver. Es del 1966 pero yo la descubrí unos años más tarde de la mano, probablemente a comienzos de los 70 de Peter, Paul & Mary. Aquello de volar, para mi, entonces era un sueño imposible. Primero por la edad, la adolescencia, y, unos años más tarde, porque durante la dictadura, sin la mili hecha y siendo un sospechoso habitual no se podía ni soñar en volar.

Ahora, tras cincuenta años, muchísimos vuelos, trabajando y dejando la familia atrás, toca saberlo, reconocerlo y, si fuera posible, enmendarlo. Pedir perdón aunque yo solo buscaba asegurar nuestro futuro.

Leaving On a Jet Plane / Me Marcho En Un Avión

All my bags are packed, I’m ready to go / Todas mis maletas están hechas, estoy listo para irme
I’m standing here outside your door / Estoy aquí parado, en tu puerta
I hate to wake you up to say goodbye / Odio levantarte de la cama para decir adiós

But the dawn is breaking it’s early morn / Pero está amaneciendo, es muy temprano
The taxi’s waiting he’s blowin’ his horn / El taxi está esperando, está haciendo sonar el claxon
Already I’m so lonesome I could die / Ya estoy tan solo que podría morirme

So kiss me and smile for me / Así que bésame y sonríeme
Tell me that you’ll wait for me / Dime que me esperarás
Hold me like you’ll never let me go / Abrázame como si nunca fueras a dejarme ir
‘Cause I’m leaving on a jet plane / Porque me marcho en un avión
Don’t know when I’ll be back again / No sé cuándo volveré de nuevo
Oh, babe, I hate to go / Oh cariño, odio irme

There’s so many times I’ve let you down / Hay tantas veces que te he decepcionado
So many times I’ve played around / Tantas veces que he estado tonteando con otras
I tell you now they don’t mean a thing / Te lo confieso ahora, no significan nada

Everyplace I go I’ll think of you / Cada sitio al que vaya pensaré en ti
Every song I sing I’ll sing for you / Cada canción que cante la cantaré para ti
When I come back I’ll bring your wedding ring / Cuando vuelva, te traeré el anillo de boda

So kiss me and smile for me / Así que bésame y sonríeme
Tell me that you’ll wait for me / Dime que me esperarás
Hold me like you’ll never let me go / Abrázame como si nunca fueras a dejarme ir
‘Cause I’m leaving on a jet plane / Porque me marcho en un avión
Don’t know when I’ll be back again / No sé cuándo volveré de nuevo
Oh, babe, I hate to go / Oh cariño, odio irme

Now the time has come to leave you / Bueno, ha llegado el momento de dejarte
One more time let me kiss you / Déjame besarte una vez más
Then close your eyes and I’ll be on my way / Después cierra los ojos y yo seguiré mi camino

Dream about the days to come / Sueña con los días venideros
When I won’t have to leave you alone / Cuando yo no tenga que dejarte sola
About the times I won’t have to say / Cuando yo no tenga que decir Adiós

So kiss me and smile for me / Así que bésame y sonríeme
Tell me that you’ll wait for me / Dime que me esperarás
Hold me like you’ll never let me go / Abrázame como si nunca fueras a dejarme ir
‘Cause I’m leaving on a jet plane / Porque me marcho en un avión
Don’t know when I’ll be back again / No sé cuándo volveré de nuevo
Oh, babe, I hate to go / Oh cariño, odio irme
I’m leaving on a jet plane / Me voy en un avión a reacción
Don’t know when I’ll be back again / No sé cuándo volveré de nuevo
Oh, babe, I hate to go / Oh cariño, odio irme

En unas horas Ella y yo nos montaremos en un avión, de camino a un viaje que disfrutaremos juntos con muy buenos amigos. Llevo todo el día canturreando la canción y pensando en tantos años.

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Tres recuerdos asociados a Vangelis

La muerte de Vangelis me trajo a la cabeza recuerdos de distintos momentos de mi vida resumidos bajo su música.

1969, verano, tenía 15 años y una canción, «It´s five o´clock» de Aphrodite´s Child sonaba en la terraza de mi casa. Celebrábamos uno de nuestros primeros guateques y yo bailaba con una amiga de mi hermana, A, nos conocíamos desde niños, juntamos mutuamente nuestras mejillas, todavía recuerdo el calor de su cara en la mía. Cuando, muy de vez en cuando, vuelvo a verla lo recuerdo y mentalmente se lo agradezco. Pocas veces se repitió aquello durante mi adolescencia.

1982, en diciembre del 81 había nacido había nacido nuestro primer hijo y nuestra vida había cambiado radicalmente. Con el cambio ir al cine se había vuelto casi imposible, todo nuestro tiempo se lo comía el trabajo y el niño. Probablemente los padres de Ella se quedaron una tarde con él para que pudiésemos «vivir» un poquito. No recuerdo si «Carros de Fuego» fue la primera película que vimos tras su nacimiento. Muy probablemente así fue. La historia que contaba estaba bien pero la banda sonora… inolvidable.

1982, unos meses después, trabajaba con horarios interminables para un jefe al que odiaba y al que estaba atado porque no podíamos correr el riesgo de que yo acabara en el paro. Ella trabajaba y, al tiempo, sacaba adelante al niño casi sin mi ayuda. Estábamos agotados y ni tan siquiera pensábamos en nuestro ocio. Nos perdimos «Blade Runner», una película con monólogos que ahora mis hijos recitan de memoria y que yo, muchos años después, sólo he visto a trozos. Una banda sonora que, a pesar de todo, si reconozco.

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Sentado en el muelle de la bahía de San Francisco

Juan Carlos López Bravo, un bloguero al que sigo con interés, está publicando una serie de entradas que ha titulado: «Las 30 mejores canciones de la historia del rock». En su historia me encontré con una canción que despertó en mi recuerdos de adolescencia y recuerdos de madurez: (Sittin’ On) The Dock of the Bay de Otis Redding

El recuerdo más cercano viene de hace unos quince años. Tuvimos ocasión, cortesía de nuestro amigo JR, de sentarnos en el muelle de la bahía de San Francisco mientras cantaba junto a Ella esa canción que siempre imaginé (no sé si con razón o sin ella) que había sido creada allí mismo. JR me lo confirmó y él, entonces, vivía allí. Doy por buena su autoridad.

Y, desde allí, recordar el lejano 1968 en el que tantas cosas sucedieron. Ese año, quizás el siguiente, en casa de mi amigo FJDC, descubrí esa canción. Teníamos 14 años y FJDC un hermano mayor con potencial y gusto para comprar discos que, para nosotros, eran distintos y nos hacían sentirnos en lo más alto de la ola.

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La Buhardilla

La juventud es generosa, vive el presente y no piensa en las consecuencias. Por lo menos así fue la mía. Era mi primer año en la universidad y, entre varios amigos habíamos alquilado una buhardilla en Malasaña (entonces ese barrio era solo un foco de pobreza en el centro de Madrid, aún no habían llegado allí los bares de moda, allí sólo vivían gentes humildes, desheredados de la vida). Pusimos en común nuestros libros y discos e invitamos a venir a todo el que quiso hacerlo.

Llegó un momento en el que no conocíamos a muchos de los que allí acudían. Una increíble y deliciosa aventura. Peligrosa, porque ni aquel espíritu ni muchos de los que por allí pasaban estaban, estábamos, bien mirados por la policía de la dictadura franquista, la Brigada Político Social.

Al final, tras casi tres años tuvimos que abortar aquella aventura. La policía no llegó pero ya habían oído hablar de nosotros. La mayoría de quienes iniciamos la experiencia ya estábamos militando en partidos clandestinos que nos exigían prudencia en nuestros movimientos. Habíamos «madurado», queríamos acabar con la dictadura y, aunque ahora cueste entenderlo, ponerse en el foco de la policía política por divertirnos como jóvenes que éramos, no era rentable en términos de lucha antifranquista.

Todo aquello, por supuesto, tuvo una banda sonora, ecléctica y muy variopinta. Mucho más que las escasas muestras que he intercalado en estos párrafos. Una banda sonora que, en la debacle final que acabó con «La Buhardilla», se silenció con la desaparición de la mayoría de los discos y libros que habíamos puesto en común.

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Mis historias de la radio

Como todas las mañana, tras levantarme, hice la cama, me duché, me vestí y desayuné con la radio de fondo, siempre la cadena Ser. Esa mañana escuché la misma sintonía de siempre pero tocada por una orquesta. Presté atención y descubrí que escuchaba la «Sinfonía Azul» de Federico Mompou. No sabía que existiera, busqué en Google y descubrí que esa sinfonía formaba parte de una obra llamada «Música Callada», una obra que se compone de un total de 28 movimientos agrupados en cuatro cuadernos que mantienen una estructura unitaria inspirada en el «Cántico Espiritual» de San Juan de la Cruz.

Según he leído «la Sinfonía Azul se sigue interpretando en su versión de orquesta en los grandes momentos de la Ser. De allí han salido versiones adaptadas al lio diario, a la radio que cada día, a la que me acompaña, me entretiene, me cuenta historias, me informa, me hace pensar y, a veces, se queda de ruido de fondo mientras mi cabeza se escapa en disquisiciones.

Desde niño he escuchado la radio, una radio que asocio al pan con chocolate mientras seguía apasionado las aventuras interplanetarias de un tipo que imaginaba vestido con mallas y un arma que ahora definiríamos retrofuturista. He olvidado como se llamaba aquel serial. Recuerdo a «aquel negrito del África tropical» y recuerdo también las aburridísimas tardes de futbol radiofónico.

Mi madre, ama de casa intelectualmente inquieta, vivía las mañanas de «sus labores» acompañada por la radio. En algún momento decidió sólo sintonizar, en el transistor de la cocina,Radio Nacional porque, por lo menos, no le interrumpía la publicidad. Contradicciones de la oferta radiofónica de aquella España en la que una «roja» (a mucha honra) prefería la radio oficial a las comerciales porque todas eran igual de serviles con la dictadura.

Mi padre era un hombre atípico en su época. Hablaba inglés, francés y alemán además de algo de italiano y ruso. Conservo su radio Telefunken de toda la vida, la del frontal de tela y un cristal oscuro en el que estaban grabados los nombres de las entonces, en todos los sentidos, lejanas capitales europeas. Luego cambió aquel aparato por otro modernísimo, pero más feo, japonés, multibanda, desde el que escuchaba las noticias sin censura de la «BBC World Service», de noche, en el dormitorio y con el sonido bajito.

Por mi parte, durante años, he visitado infinidad de clientes en larguísimas jornadas de volante en las que la radio del coche ha sido mi única compañía: Gabilondo y antes Luis del Olmo. De la Morena y antes José María García; Angels Barceló, Gemma Nierga, Javier del Pino y Francino; El señor Casamayor y Manolito Gafotas; «El viaje a ninguna parte» y los finales de etapa de la Vuelta y el Tour con Javier Ares, ciclismo puro.

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