Juan Carlos López Bravo, un bloguero al que sigo con interés, está publicando una serie de entradas que ha titulado: «Las 30 mejores canciones de la historia del rock». En su historia me encontré con una canción que despertó en mi recuerdos de adolescencia y recuerdos de madurez: (Sittin’ On) The Dock of the Bay de Otis Redding
El recuerdo más cercano viene de hace unos quince años. Tuvimos ocasión, cortesía de nuestro amigo JR, de sentarnos en el muelle de la bahía de San Francisco mientras cantaba junto a Ella esa canción que siempre imaginé (no sé si con razón o sin ella) que había sido creada allí mismo. JR me lo confirmó y él, entonces, vivía allí. Doy por buena su autoridad.
Y, desde allí, recordar el lejano 1968 en el que tantas cosas sucedieron. Ese año, quizás el siguiente, en casa de mi amigo FJDC, descubrí esa canción. Teníamos 14 años y FJDC un hermano mayor con potencial y gusto para comprar discos que, para nosotros, eran distintos y nos hacían sentirnos en lo más alto de la ola.
Momentos felices. Quizás te guste ver otras entradas:
«Mi calle tiene un oscuro bar, húmedas paredes, pero sé que alguna vez cambiará mi suerte». Esa sencilla estrofa me sacudió en 1968. Me di cuenta de que esa música era distinta, decía cosas. Cosas que nada tenían que ver con mi realidad de adolescente de clase media acomodada. Yo no había vivido una realidad como esa. Mis padres si. Mi padre fue soldadito perdedor de una guerra e hijo de represaliado. Mi madre también había perdido esa guerra y sus padres también fueron represaliados. Ellos se abrieron camino con sacrificios, renuncias y mucho trabajo. Yo empezaba a ser consciente de ello y sabía que el caso de mis padres ni era único ni era el peor aunque, en casa, de esas cosas no se hablaba. Había miedo, la dictadura estaba allí, omnipresente.
Eran distintos, sus letras, sin ser cantautores, decían. Su música era rock. No era un chimpún como tantos. Sonaban muy bien. En algún sitio leí que, en directo, hacían rock y jazz y sonaban todavía mejor.
Eric Burdon dijo de ellos, hablando de «La casa del sol naciente», «es la mejor versión que conocemos».
«Don’t let me be misunderstood», otra buena muestra de su calidad.
Eran realmente buenos y me hicieron sentir, me ayudaron a darme cuenta de que la vida es muy dura con quienes no han tenido ni suerte ni oportunidades.
En el año 1970, Salvador Allende ganó las elecciones y llegó a la presidencia de su país. Traía de la mano un proyecto democrático que miraba por los más desfavorecidos. Contó con la animadversión de quienes, en Chile, vieron peligrar sus privilegios y de los Estados Unidos, que lo convirtió en pieza a batir. De su mano y con el golpe de estado de Pinochet cayó el gobierno democrático que a la izquierda nos había hecho soñar un mundo mejor. Ese mundo por el que en el 1968 se había luchado desde París a Praga, desde Vietnam a las universidades de Estados Unidos… El golpe de Pinochet fue el banderazo de salida para una serie de asonadas sangrientas: Chile, Argentina, Uruguay, Brasil que terminaron con la vida de miles de militantes de izquierdas en toda América Latina con el patronazgo USA.
El gobierno de la Unidad Popular de Chile tuvo mucha música: Violeta Parra, Víctor Jara, Inti Illimani, Quilapayún,… la nueva canción chilena que acabó, a manos de la dictadura de Pinochet, en exilio y asesinatos. El gran referente fue Violeta Parra. Tanto que el 4 de octubre, su fecha de nacimiento, ha sido elegido como «Día de la música y de los músicos chilenos».
También la quiero recordar con «Volver a los 17»: «Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo. Es como descifrar signos sin ser sabio competente. Volver a ser de repente tan frágil como un segundo. Volver a sentir profundo como un niño frente a Dios. Eso es lo que siento yo en este instante fecundo…»
El 11 de septiembre de 1973el ejército chileno bombardeó el Palacio de la Moneda y asesinó a Salvador Allende. Luego comenzó el siniestro baile de la muerte: Víctor Jara fue detenido, y torturado, le cortaron los dedos y la lengua. Tras cuatro días, fue fusilado en el estadio de fútbol que la dictadura convirtió en campo de concentración. Hoy ese estadio lleva su nombre.
Quilapayún fue para mi la música militante, la música que llevaba en la cabeza en el movimiento contra la dictadura del general Franco. También fue para mi «La Muralla», un poema de Nicolás Guillén, reivindicativo, pero hermoso.
En 1968 la dictadura quería presentar una cara amable ante Europa y eligió a Joan Manuel Serrat para representarnos en el festival de Eurovisión. Entonces Serrat era joven, 26 años, tenía gran predicamento en la población femenina y encarnaba aquello que se llamó «la canción protesta».
La llamada «Gauche Divine» de Barcelona le presionó para que no lo aceptara. Para ellos era una traición al catalanismo, una bajada de pantalones ante la dictadura y una concesión a intereses comerciales. Serrat propuso cantar en catalán, aunque fuera sólo una estrofa, y la reacción del régimen fue sustituirle por Massiel.
Todo lo que fuera molesto para la dictadura ya me resultaba atractivo, aunque yo sólo tuviera catorce años. Le miré con simpatía y recibí con el corazón partido el único triunfo de España en Eurovisión.
Cuarenta años después, en el 2008, Buenafuente presentó como candidato para representar a España en Eurovisión a un cómico de su programa, Rodolfo Chikilicuatre (David Fernández), con una canción con letra de Santiago Segura y música de Pedro Guerra. La canción, «El baile del Chiki Chiki» barrió en votos y fue elegida como representante de España. Participó tocando una guitarra de juguete y acompañado por unas bailarinas de pega. Una de ellas era Silvia Abril interpretando a Gráfica, bailarina torpe vestida de rosa.
Rodolfo Chikilicuatre logró unas espectaculares cifras de audiencia: 13,9 millones de españoles, vimos su actuación (yo desde un bar esperando para entrar en un cine) y un 78,1% de cuota de pantalla. Aunque en el festival consiguió algún abucheo y un decimosexto puesto. En cualquier caso mejoró notablemente los resultados de años anteriores. Aquella democrática burla a un festival muy casposo me encantó.
Mientras que escribo estas líneas se celebra el festival de Eurovisión 2021. No lo estoy viendo pero antes de colgar esta entrada miraré como ha quedado nuestro representante, Blas Cantó, del que ignoraba su existencia y que interpreta una canción que no creo haber escuchado nunca y que, a través de «San Google» se que se llama «Voy a quedarme».
Desde hace un par de semanas me rondaba la idea de escribir una entrada sobre «Hey Jude» y enmarcarla en el recuerdo de cuando compré aquel single, al comienzo del curso 1968 – 1969. Yo tenía catorce años y comenzaba lo que entonces se llamaba el «Bachiller Superior»
Aquel disco lo tengo ligado en la memoria a un dibujo que hice caricaturizando a los profesores que tuve aquel curso. He buscado el dibujo, lo he encontrado, y he buscado en internet algo sobre aquellos profesores y el Instituto. He dado con una auténtica mina de recuerdos a los que, en el futuro, algún provecho sacaré. Continuando la búsqueda he redondeado el resultado. Mucho trabajo por delante.
Justo antes de comenzar el curso mi madre em llevaba al «economato» (una tienda precursora de lo que fueron los hipermercados y a la que se accedía con un carnet que acreditaba que pertenecía – mi padre – a un determinado gremio o colegio profesional) y allí me compraba la ropa y el material que elle estimaba que yo necesitaría ese curso. Aquel año acudí con la idea fija de comprar «Hey Jude» un disco que había comentado la revista «Mundo Joven» y que yo todavía no había escuchado. Junto con un anorak azul con dos rayas blancas a lo largo de una de las mangas, ese disco me acompañó durante años. El anorak llegó a ser una seña de identidad que me hizo reconocible, años después, en una foto de una manifestación por la amnistía que publicó «Cambio 16».
Cuando llegué a casa escuché el disco y me encontré con que no tenía nada que ver con lo que yo había escuchado de los Beatles. Todavía me quedaba tiempo para madurar, cosas de la adolescencia. Lo tuve que escuchar varias veces para que me gustase, pero el proceso fue rápido. Al principio me gustó más la vuelta «Revolutions» luego me gustó también, y mucho, «Hey Jude».
Tanto me gustó que su carátula sirvió de base para la caricatura que dibujé de algunos de los profesores que tuve aquel curso. De izquierda a derecha, en la imagen: Sr. Navarro, «El Topo» de historia; Gómez Menor, «El Bigotes» de ciencias naturales; El padre Mindán, «El Cuervo» de filosofía y Javier de Lorenzo, «P(x)» de matemáticas. Eran los más duros y no gozaban, entonces, de nuestra simpatía.
José Navarro Latorre, «El Topo» fue Catedrático de historia en el Instituto, me dio clases durante varios años. Era muy exigente, nos espetaba a menudo una frase muy suya: «niñatos tontitos de academia de décimo piso». Parece que estuvo muy comprometido con la dictadura pero no recuerdo un sesgo más allá del habitual en esa España gris que vivimos. En el primer COU experimental, cuando el resto de mis coetáneos hacían Preu, el Topo programó un curso de historia contemporánea que contenía un tema sobre el avance de la frontera oeste de Estados Unidos con el que todavía me entusiasmo.
El padre Manuel Mindán, «El Cuervo» era el catedrático de filosofía, un tipo indefinible, que dio clases casi hasta su muerte con 104 años; fundador, entre otros, de la Junta Democrática y maestro de toda una generación de filósofos; un cura que un día nos contó que había participado en el enfrentamiento entre comunistas y anarquistas en Barcelona, en la Guerra Civil. ¿Con quién o contra quién…? Alguien que, para marcar estilo, a comienzos de curso, sabedor de que le llamábamos “El Cuervo” soltaba una especie de graznido diciendo. “me voy volando que se me ha olvidado la pluma”. Siempre reía algún incauto al que se le caía el pelo.
Javier de Lorenzo, «P(x)» era profesor de matemáticas, terminó su carrera profesional habiendo ejercido como catedrático en las universidades Complutense y de Valladolid. Su obra se centra en la Historia y Filosofía de la Matemática y en la Historia y Filosofía de la Ciencia.
El cuarto miembro del grupo, Gómez Menor, «El Bigotes» no ha dejado apenas huella en internet. Era muy aficionado a los chascarrillos y a los ejemplos exagerados que originaban todo tipo de chuflas a su costa.