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Soy más de «La vida de Brian» que de la Semana Santa

Esta mañana he leído un texto de Maruja Torres con el que me he sentido totalmente identificado. Ella es algo mayor que yo pero los recuerdos coinciden. Los dos vivimos la infancia en aquella España gris de la dictadura y yo también soy de «La vida de Brian»

«Sin ánimo de ofender ni a los creyentes, ni a los costaleros, ni a las preciosas imágenes, ni a las saetas, ni a los balcones, proclamo desde aquí, que soy más de ‘La vida de Brian’, o de esa oda al paganismo que es la novela de Gore Vidal Juliano el Apóstata. Aparte de que me dan mucho miedo los enmascarados y las caperuzas.

Hechas las proclamas de rigor, quiero recordar cómo eran y qué representaban las Semanas Santas en las que crecí, en un tiempo, al parecer, ahora muy añorado. Eran, exactamente, lo que quiere conseguir Vox, con la ayuda del PP».

La Semana Santa en los años 50 y y primeros 60 era una semana eterna y oscura en la que cualquier muestra de alegría era severamente reprimida. Cualquiera podía echarte la bronca por reír y siempre había alguien que te la echaba. Mis padres, muy lejanos a la religión y muy cercanos al miedo de quienes perdieron la guerra, también nos hacían callar. No querían problemas. En la radio sólo sonaba música sacra, los cines sólo proyectaban películas religiosas; había que ir un montón de veces a misa y mi madre nos llevaba para evitar comentarios; unas misas inacabables en las que el cura hablaba de muerte y aterrorizaba a los fieles con las penas del infierno. Tengo la imagen clavada en la mente de la guardia civil escoltando procesiones con las armas boca abajo.; alguien me explicó que era «para no apuntar al cielo».

Todavía huyo de las procesiones, procuro vivir las vacaciones de primavera lo más lejos posible de los caperuzos, Quo Vadis, y las cornetas y tambores. Todavía se me retuerce el estómago cuando veo a la legión cantar lo del novio de la muerte mientras llevan en alto un cristo crucificado y me subleva esa mezcla de ensalzamiento de la muerte, la violencia y un cristo salvador que, al parecer, lleva un mensaje de paz y perdón.

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West side story

No recuerdo el año en que la vi, ni recuerdo el año, mucho antes, en el que sus canciones comenzaron a oírse en la radio. Supongo que en el 62., las películas tardaban en llegar a España. Aquella canción sobre América en la que las chicas la cantaban como tierra de esperanza mientras los chicos la ponían en duda. Me hacía gracia aquel diálogo radiado en un español que sonaba raro y que no consigo encontrar en youtube.

Cuando vi la película ya entendía el fondo de eso que llaman «crítica social» que tenía. De niño me había conformado con aquello de que nos tenían manía a los españoles y, por extensión, a nuestros hermanos de América. No me gustan los musicales, pero «West side story» es de los pocos que me han gustado.

Luis Alberto Jiménez me dio la pista: Steven Spielberg va a estrenar un remake de la película. Y me apetece. En diciembre veremos si la versión hace los honores al original y al respeto que a los aficionados al cine nos merece Spielberg.

Las comparaciones son odiosas he oído siempre decir pero, a mi me ha gustado siempre comparar.

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Siempre es domingo

“Siempre es domingo”, una canción de mi infancia, 1961, que tarareo con frecuencia. Me divertía y me planteaba una situación muy atractiva y una aspiración que compartía. Además, me molaban esas frases terminadas como en pequeños hipidos que yo intentaba imitar.

“Siempre es domingo” era la canción estrella de la banda sonora de una película, con el mismo título. Una película que cuenta una España que no existía en la oscura realidad de aquellos años. Una España en la que un grupo de jóvenes que manejaban unos coches estupendos, vivían en unas casas sensacionales con servicio doméstico uniformado y en la que, alguno de ellos, tenía su corazoncito caritativo y se acercaba a regalar juguetes a los pobres con su buen coche y sus mejores galas. Todo ello entre fiesta y fiesta. La película nos cuenta como se dan cuenta de lo irresponsable y loca vida para volver al camino de la moralidad nacional católica y a unas vidas ordenadas en esa España eterna que predicaba el dictador. Arrepentimiento y enmienda para, llevando una vida cristiana, ir al cielo.

En aquella España el sábado por la mañana se trabajaba y los niños teníamos colegio. Suave, más que clases al uso era un día más lúdico. algún juego y cine, muy antiguo, cine de vaquero bueno con flecos y caballo blanco y el malo con caballo lento y negro, pero cine. Mi padre trabajaba por la mañana y venía a comer a casa. Entonces comenzaba el fin de semana.

El dictador se ocupaba de discernir, para todos, entre el bien y el mal, entre los buenos y los malos y sentaba su doctrina. de muestra vale un botón.

El discurso entero duraba, casi 42 minutos. Si tenéis paciencia y estómago escuchadlo entero en https://www.rtve.es/alacarta/videos/documentales-b-n/mensaje-franco-fin-ano-1960/2846494/ el mensaje de «El Caudillo» al comenzar el año 1961 (el año de la película «Siempre es domingo»), el año en que celebró sus «XXV años de paz». A cada uno de nosotros, vosotros queda el interpretar lo que la cabeza, el corazón y nuestra experiencia dicen al respecto.

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¿Por qué, por qué? Los domingos por el futbol me abandonas

Siempre recordaré de mi infancia aquellas interminables tardes de domingo en las que mi padre escuchaba, desde su butaca, la retransmisión de los partidos de fútbol en la radio. Mientras, mi hermana y yo no podíamos hacer ruido y mi madre leía sentada en la otra butaca. La radio daba los signos para la quiniela y arrojaba unos, para mí, incomprensibles resultados: «Colchón Flex 1, Cerveza El Águila 0 » Supongo que la emisora adjudicaba marcas comerciales a los equipos de fútbol como parte de una estrategia publicitaria pero, no estoy seguro de eso. Muchas veces me he preguntado ¿porqué no odio el fútbol?

Tengo asociadas aquellas tardes con una canción «El partido de fútbol» que yo recuerdo como «¿Por qué, por qué? Los domingos por el futbol me abandonas». Nada tenía que ver la letra de esa canción con la tarde de los domingos en mi casa pero, para mí, significaba cuestionar la raíz de ese tremendo tedio.

La canción que yo recuerdo la cantaba Gelu, pero era una versión de una canción italiana, «La partita di pallone», de Rita Pavone:

¿Por qué, Por qué?
Los domingos por el futbol me abandonas
No te importa que me quede en casa sola
No te importa
¿Por qué?
¿Por qué?
No me llevas al partido de una vez
Quizás, quizás
Tu me mientes al decir que vas al futbol
Es seguro que lo empleas como escusa
Es seguro quizás, quizás
Yo me entere alguna vez de la verdad
Te seguiré, y comprobaré si con otra vas
No me engañarás
Contigo iré y si no es así tu verás
Con mama mama mama volveré
¿Por qué, por qué?
Los domingos por el futbol me abandonas
No te importa que me quede en casa sola
No te importa
¿Por qué?
¿Por qué?
No me llevas al partido de una vez
Te seguiré, y comprobaré si con otra vas
No me engañarás
Contigo iré y si no es así tu verás
Con mama mama mama volveré
¿Por qué, Por qué?
Los domingos por el futbol me abandonas
No te importa que me quede en casa sola
No te importa
¿Por qué?
¿Por qué?
No me llevas al partido de una vez
Y no me llevas al partido de una vez

Desde aquel 1963 en el que la mujer estaba al margen de un fútbol patrimonio del padre de familia y sus vástagos varones han cambiado mucho las cosas. Ahora hay muchas chicas que disfrutan más del fútbol que un tipo como yo que lo ve con más que moderado entusiasmo, Soy madridista pero no comulgo con Florentino y los partidos se me suelen hacer demasiado largos si no los veo con más gente. Incluso he leído a Igor Paskual, en la revista Libero, plantear una discutible teoría: «El hombre del que habla en la canción pudiera ser gay y el partido era una excusa para ligar«.

«Los domingos por el fútbol NO me abandonas»

Estas son cosas que cuenta la Cadena ser en Vigo. Esa canción, con letra de un tal Buceta y arreglos y voz de un tal Cunha Ilustra bien lo que os estoy contando y es divertida.

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Siempre me cayó bien El Coyote y mal El Correcaminos

No me escondo, aquel pajarraco me caía mal. Tan suficiente. Años después, muy lejos de la infancia. Cuando viví , desde el lado de los débiles, reuniones con fondos de inversión. Sus abogados me lo recordaban. Tipos que siempre estaban frescos y planchados aunque llevásemos horas de reunión tan sólo con el triste apoyo de los cafés de la máquina. Nunca perdían las formas, eran crueles e implacables con quien sólo contábamos con aquello que nuestro trabajo había creado. Aquellos abogados no se jugaban nada, nosotros todo. Pura ecología, pero odiosos.

La historia era siempre muy simple:

Aquellos dibujos animados, pensados para la televisión, tenían un planteamiento muy simple: El Correcaminos, un pajarraco muy veloz, era perseguido por el Coyote en una carretera que atravesaba el desierto al oeste de los Estados Unidos. El Coyote desarrolla laboriosas estrategias para atrapar al Correcaminos pero unas extrañas leyes físicas y la mala calidad de los artefactos que utiliza lo impiden siempre. Para colmo, El Coyote no sólo fracasa sino que acaba reventado. Todo sin palabras, sólo el «bipbip del Correcaminos y los carteles que continuamente exhiben contando sus planes en apenas una palabra.

Robert Patxot explicó las reglas que rigen las películas de El Coyote y El Correcaminos que aquí quedan para el lector más curioso. Pero lo realmente determinante era la calidad de los productos ACME, una marca famosa por sus peligrosos productos que fallaban catastróficamente de las más disparatadas maneras. El ilustrador Rob Loukotka ha creado un muy completo catálogo de los productos ACME.

Veamos un completo panorama de aplicaciones de los productos ACME:

Sin duda el otro gran aliado de El Correcaminos son unas extrañas leyes de la física. Tanto es así que han sido objeto de estudio en el libro «La Física del Coyote y el Correcaminos» de Luis Javier Plata Rosas, editado por Planeta Como explica el resumen de este libro que recoge «Nexos» No son las leyes de Newton, la ley de Hooke, la ley de la gravitación universal, las que rigen en el desierto del Coyote ¿Cuáles son entonces? Pues, por ejemplo: «Todo cuerpo suspendido en el espacio permanecerá en el espacio hasta que se dé cuenta de su situación» o, por fortuna, «Toda reordenación violenta de la materia en el Coyote es temporal. Así, el Coyote puede plegarse como acordeón, estirarse como liga, doblarse como burro de planchar, desintegrarse, romperse en cuadritos, cortarse en partes, y todo lo que se nos ocurra, sin dañar su integridad física».

Mariana Blanco ha publicado que: «El Coyote analizó de cerca todas las fallas en sus planes para atrapar al Correcaminos y llegó a una conclusión: ACME es culpable. Él prepara su demanda en: “Coyote vs. ACME”. Lo veremos a mediados del 2023 en las pantallas de cine.

Como siempre tiene que aparecer alguien para fastidiar, CBS News publicó un vídeo sacado de la vida real en que un Coyote se quedaba con las ganas de cazar a un Correcaminos. «Shit» que dirían en Arizona.

Volviendo al inicio, a los abogados de los fondos de inversión, estos se aprovechaban de la mala calidad de unos argumentos que sólo se basaban en la fe en nuestro equipo y en nuestros productos. Y en una extraña utilización de las leyes muy lejana de ese ideal que llamamos justicia.

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Vamos a la cama, ¡hale!

La tele de mi infancia, la de quienes fuimos niños en la España de los 60 era parte del sistema normativo al que estábamos sujetos y que llenaba nuestras horas escolares y familiares. Por supuesto no teníamos «asuntos propios». Para todo había normas y cualquiera podía echarte la bronca por la calle sin que tu no tuvieras otra opción que agachar la cabeza y callar. En definitiva la vida de un niño era reflejo de la vida de cualquier españolito en aquella dictadura.

Bajo esa luz se creó la «Familia Telerín» que cantaba aquello de «Vamos a la cama que hay que descansar, para que mañana podamos madrugar». Comencé a escuchar aquella cantinela en el 64. Yo tenía nueve o diez años y todos los días, a las ocho y media de la noche en invierno y a las nueve en verano, la tele nos mandaba a dormir y nuestra madre se escudaba en aquello para meternos en la cama, casi siempre sin que tuviéramos ganas.

Lo que menos nos gustaba era perdernos esos programas de dos rombos que, al día siguiente, siempre alguien comentaría en el cole, presumiendo de haberlos visto. Tu quedabas como un tonto y callabas para no ponerte en evidencia con tus compañeros.

¿Qué era eso de los dos rombos? El blog «¿Recuerdas?» lo explica bien: los programas que emitía la televisión española estaban calificados con un rombo, en la esquina superior izquierda, si el censor juzgaba que era adecuado, sólo, para mayores de catorce años. Y dos rombos si lo eran para mayores de 18 años. Una razón más para enviarnos a la cama.

A grandes males, grandes remedios. Así nació la estrategia «Butaca pasillo». Desde la puerta del pasillo al salón se veía la tele. Si esa puerta se quedaba entreabierta, dejando tan sólo una rendija, podía sentarme en el suelo del pasillo y ver lo prohibido sin que se dieran cuenta mis padres. De ese modo, al día siguiente, podía presumir de haber visto aquello. No creo que fuera el único que descubrió aquel sistema. Me consta que, muchos años después, mis hijos también usaban la butaca pasillo.

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La televisión pronto llegará, yo te cantaré y tú me verás. Y llegó.

A los más jóvenes quizás les cueste entender que la tele no estaba al alcance de todo el mundo en le España de mi infancia . Hasta octubre del 56 no comenzó la emisión diaria, entonces sólo al alcance de gente con gran poder adquisitivo y sólo tres horas al día. Este va a ser un post con poca música pero que intenta explicar el medio que nos trajo la música a toda una generación.

Lolita Garrido, en 1947, anunciaba que pronto llegaría la televisión. Aún tardó en llegar 9 años. La televisión española llegó en 1956 emitiendo sólo desde Madrid y para los 600 televisores que había en Madrid.

Poco a poco TVE consiguió tener cobertura en toda España. Tras Madrid llegó a Zaragoza, y en 1959 a Barcelona desde dónde comenzaron a emitirse también algunos programas. Parece que en 1959 había 50.000 televisores en toda España. Luego una red de siete emisoras permitió la conexión entre las dos ciudades. Con lentos pasitos se fue consiguiendo cobertura nacional. En 1963 se cubría el 80% del territorio nacional.

Pertenezco a una generación que recuerda la llegada del primer televisor a su casa. Tengo en mi cabeza la imagen de ese día; la caja de embalaje abierta; un técnico había instalado la antena; mi hermana y yo mirando con asombro, en imagen un programa infantil con unos tipos vestidos de mago. Mi padre había trabajado durante un año en Suiza. El dinero que allí ganó y la promoción profesional que le supuso a su vuelta cambiaron la economía familiar. La boda de Balduino y Fabiola, en diciembre de 1960, fue la primera gran retransmisión que tuve ocasión de ver en la tele, recién llegada a mi casa. Subieron a verla peluqueras y clientas de la peluquería que había enfrente de casa. Allí se juntaron con mi abuela que pedía silencio. Mientras mi hermana y yo acabamos hartos de aquella invasión.

A mediados de los años 60 el entonces ministro franquista de «Información y Turismo», Manuel Fraga (si ese gran adalid de la democracia), impulsó la creación de teleclubes para hacer accesible la televisión a quienes no tenían dinero para tener su propio aparato. Una televisión costaba 25.000 pesetas y el salario mínimo estaba en unas doscientas. La televisión comenzaba a llegar a todos los rincones y a los españoles aunque fuera de «prestado» y con el mensaje del régimen.

Una película «Historias de la televisión» quiso contar, como entonces se podía contar, que era la televisión para los españoles de aquellos años y como se relacionaban con ella.

Ya a principios de los años 60 comenzaron a emitirse programas «enlatados». Hasta entonces todo se grababa en directo pero sometido a una rigurosa censura. Por supuesto la censura continuó durante toda la dictadura.

La televisión se convirtió en un poderoso arma de propaganda capaz de crear anhelos y horizontes que sólo al poder interesaban.

El color no llegó a la televisión española hasta 1973 y sólo en 1977 se emitía toda la programación en color. La televisión en la época del general Franco era en blanco y negro. Una firme contribución a aquella España gris de mi infancia y adolescencia.

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Tres generaciones bailando «La Yenka»

Izquierda izquierda, derecha derecha, delante, detrás, un dos tres. En mi infancia los niños disfrutamos aprendiendo y practicando ese baile. Ya os he contado que durante toda mi infancia tuve clarísimo que me casaría con mi vecina y con ella aprendí a bailar aquello. Ni prosperó aquella pareja ni prosperó mi capacidad de bailarín.

Un fenómeno de canción intergeneracional. La bailó mi generación en su infancia. Enrique y Ana la interpretaron para la generación de mis hijos y ha llegado, de la mano de Cantajuego, hasta mi nieta. Esta historia deja muy mal a la España de mi infancia en la que La Yenka estaba dirigida a la juventud de entonces, aunque a los niños nos gustase. Ese era el nivel.

«La Yenka» ha tenido éxito con los coetáneos de mis hijos y mi nieta aunque, creo, que no con ellos ni con ella. Son más listos que yo y tienen mejor gusto.

El trastero de Palacio cuenta con detalle la historia de aquel baile convertido en la primera «canción del verano» de la que yo guardo recuerdo. Corría el año 65 y con aquella pegadiza cancioncilla los telediarios anunciaban que la modernidad había llegado a España. Esa era la modernidad oficial. Aquel verano los Beatles llegaron a España presentados como unos ridículos melenudos por esos mismos medios oficiales. Su concierto en la plaza de toros de Las Ventas terminó en cargas de la policía. En aquel 1965 The Beatles publicaron Help, Los Rolling Satisfaction, y Bob Dylan «Like a Rolling Stone».

Parafraseando a Javier Krahe «Y yo aquí con mi flor como un gilipollas».

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Mi casita de papel, mi casita en Canadá

Quizás porque una estaba «encima de las montañas», tan cerca del cielo que parecía «construida dentro de el». Quizás porque la de Canadá tenía un estanque y flores «las más lindas que hay allá». Quizás porque el cielo las montañas, el estanque, las flores, los bosques de Canadá y su policía montada, vestida de rojo y afable, contrastaban con la España que en mi infancia veía gris y su policía que también vestía de gris. Las dos canciones se habían fundido en una misma en mi recuerdo. Ha sido escribiendo este blog cuando he descubierto esa trampa de mi memoria.

Ahora he «descubierto» que mi recuerdo sólo se había quedado con lo alegre de la música y la poderosa imagen de la belleza y la felicidad. Una canción cantaba una historia de envidia y esto que los modernos llaman resiliencia mientras la otra trata de enamorar a alguien que imagino esquivo/a si había que atraerlo con una casita que recreo preciosa.

Yo siempre he soñado con una casita pequeña y alegre en la que vivir feliz. En la adolescencia imaginaba una vida como guardabosque en Canadá, lejos de aquí, lejos de demasiadas cosas que no me gustaban y en un entorno que se me antojaba maravilloso. La vida no se desarrolla como uno la imagina en sus primeros estadios y eso no quiere decir que la realidad sea mejor o peor. No tengo una casita como la que soñé. Afortunadamente no he sido guardabosques porque he descubierto que odio el bricolaje y esa vida está llena de tan molesta actividad. La España de mi infancia ha cambiado tanto que no la reconoce ni la madre que la parió (esa frase se la atribuyen a una promesa de Alfonso Guerra y, afortunadamente, se ha cumplido). Soy feliz con mi vida, con quienes en ella me acompañan, con Ella y con lo que hemos conseguido.

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Mallorca animó el turismo con música

En estos días oigo hablar continuamente de Mallorca a costa del regreso del turismo alemán a la isla. Lo oigo con envidia y ganas de poder moverme, tengo ganas de Mediterráneo. Finalmente se me ha metido un sonsonete en la cabeza que mezcla unas cuantas cancioncillas, muy populares en mi infancia y adolescencia, todas ellas referidas a Mallorca.

Las he buscado. Me sonaba que, en aquel entonces, se celebraba un festival de la canción que premiaba canciones referidas a la isla. Las que yo recuerdo eran divertidas, pegadizas y musicalmente ramplonas pero, aquí están, dentro de mi caletre: «La turista 1.999.999», «Me lo dijo Pérez» y «El Puente». Entonces me hubiera negado a reconocer que se me pegaban pero, lo cierto, es que lo hacían.

Wikipedia me cuenta que el «Festival Internacional de la Canción de Mallorca» se celebró en Palma entre 1964 y 1970. Y que su convocatoria primaba la presentación de canciones que promocionaran Mallorca como destino turístico. Nicolás Ramos cuenta que los temas que se convirtieron en los más populares no consiguieron el primer premio. Transmitían buen rollo, diversión y, supongo, que algo habrán contribuido al éxito turístico de Mallorca.

Un éxito que permitió que Mallorca no fuera sólo el objetivo del viaje de novios de la generación de mis padres. Ese fue su caso y el de mis suegros. No sólo de ellos, también el de «el verdugo» de Berlanga. Al que buscaba la Guardia Civil, megáfono en mano, en las Cuevas del Drach para que volviera a Madrid a ejercer su oficio. Ahora las Baleares son referente internacional del turismo, hasta el punto de que un indecente diputado alemán propuso que su país nos comprara la isla.

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