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Aunque «Mi calle» no era mi calle

«Mi calle tiene un oscuro bar, húmedas paredes, pero sé que alguna vez cambiará mi suerte». Esa sencilla estrofa me sacudió en 1968. Me di cuenta de que esa música era distinta, decía cosas. Cosas que nada tenían que ver con mi realidad de adolescente de clase media acomodada. Yo no había vivido una realidad como esa. Mis padres si. Mi padre fue soldadito perdedor de una guerra e hijo de represaliado. Mi madre también había perdido esa guerra y sus padres también fueron represaliados. Ellos se abrieron camino con sacrificios, renuncias y mucho trabajo. Yo empezaba a ser consciente de ello y sabía que el caso de mis padres ni era único ni era el peor aunque, en casa, de esas cosas no se hablaba. Había miedo, la dictadura estaba allí, omnipresente.

Eran distintos, sus letras, sin ser cantautores, decían. Su música era rock. No era un chimpún como tantos. Sonaban muy bien. En algún sitio leí que, en directo, hacían rock y jazz y sonaban todavía mejor.

Eric Burdon dijo de ellos, hablando de «La casa del sol naciente», «es la mejor versión que conocemos».

«Don’t let me be misunderstood», otra buena muestra de su calidad.

Eran realmente buenos y me hicieron sentir, me ayudaron a darme cuenta de que la vida es muy dura con quienes no han tenido ni suerte ni oportunidades.

Gracias a Manuel Cerdá que, hace unos días despertó mi recuerdo. Quizás te guste ver otras entradas:

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Las Jazz Big Bands

George Gershwin compuso Summertime y, desde la primera vez que lo escuché siendo poco más que un niño, me entusiasmó. La sintonía de un programa cultural en el UHF de aquellos años, «Take five». Fueron razones suficientes para que el jazz me haya gustado desde hace tantos años. Luego escuché el jazz de New Orleans, Benny Goodman, Glen Miller, Billie Holiday, Nina Simone,… Prometí volver sobre ello (y lo haré más veces). Siempre merece la pena recordarles.

Años después descubrí que mi abuelo, de joven, tocaba el clarinete. Parecía imposible en un hombre tan severo y adusto como él. Busqué piezas de clarinete y descubrí a Benny Goodman, un imprevisto reencuentro con el jazz y, para mí, el descubrimiento consciente de las Big Bands.

Aquel Sing, sing, sing que puso el swing sobre el tapete me ayudó a poner en contexto la música de los anuncios de Winston. Las tabacaleras americanas, Marlboro y Winston utilizaban música que consideraban típicamente americana para subrayar su imagen: Marlboro lo hacía con «los siete magníficos» y Winston utilizó a Glenn Miller e «In the Mood». Desde luego iconos USA.

Mi padre canturreaba tangos y canciones de Cole Porter cuando estaba ensimismado en sus cosas. «Beguin de Beguine» era una de sus favoritas que, como no, perviven en mi corazón y en dónde quiera que se aloje mi memoria musical.

Las Big Bands también lanzaron, respaldaron y dieron servicio a las grandes voces de Jazz. Voces míticas que muy pronto descubrí, las de ellos y, sobre todo, las de ellas, singularmente la de Ella Fitgerald . Acompañada en esta ocasión por otro grande: Duke Ellington.

Por supuesto no puedo olvidar a Billie Holiday ni a Louis Armstrong para ¿cerrar? esta leve panorama. Imposible cerrarlo. Volveré más veces sobre el Jazz, sus bandas y sus voces.

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Oh Brother, «I am a man of constant sorrow»

Tres presos escapan vestidos con el tópico mono de rayas blancas y negras que los caracteriza. Se encuentran con un guitarrista que ha vendido su alma al diablo. Con él graban una canción «I am a man of constant sorrow» firmando como los «The Soggy Bottom Boys» («Los Traseros Mojados»)… La banda sonora de la película «Oh Brother, Where Art Thou?», bluegrass puro, es de las que más he disfrutado.

George Clooney puso la imagen pero la voz la puso Dan Tyminski, El Intranews lo cuenta bien. Un grupo de expertos calificó la canción como una de las mejores canciones de country del siglo, la única bluegrass, el único éxito que no es de radio y la única canción de una banda sonora. La única canción de un grupo ficticio entre las que ocuparon los primeros puestos de la lista.

«Man of Constant Sorrow», fue compuesta por un violinista medio ciego de Kentucky, Dick Burnett, a principios del siglo XX, quizás este se limitó a recoger el resultado de la evolución popular de un himno religioso antiguo.

Antes de convertirse en el tema principal de «Oh Brother» la han cantado muchos grandes, Bob Dylan entre ellos.

Con variaciones en su título también la han cantado: Joan Baez (Girl of Constant Sorrow).

Judy Collins (Maid of Constant Sorrow).

Peter, Paul and Mary (Sorrow») y en 1970 la grabó, con su título original, la Ginger Baker’s Air Force.

A mi la que más me gusta, la que más auténtica me suena, es la que Dan Tyminski grabó poniendo la voz a George Clooney. Con eso vuelvo a Dan Tyminsk y al bluegrass. Os dejo con una pieza que explica porqué me gustan el country, el blues y el jazz.

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Una historia mágica con música de Zaz

Creo que la descubrí en la radio. Esa trompetilla de carnaval, la voz ronca de Zaz y ese aire de jazz me gustaron. Ella me la tradujo y me hizo gracia la letra.

Viajé a París por trabajo, lo hacía cada dos años. Siempre echaba de menos encontrar a mis viejos amigos, perdidos por los vaivenes de la vida hacía muchos años. Paseaba por la calle buscando sus caras entre la multitud. Aquell vez, octubre del 2015, tuve un día libre para mi y lo aproveché caminando.

Visité la iglesia de la Madeleine, sabía que por allí cerca habían tenido su negocio, vana ilusión, buscando una aguja en un pajar. En una librería en la Rue Saint-Honoré compré para Ella una novela francesa (que resultó un truño) y más allá en un FNAC, cerca del Pompidou, un disco de canciones tradicionales francesas y el disco de Zaz dedicado a París.

Un mes después se demostró que la vida tiene magia. No nos veíamos desde el 79. Miento, la casualidad nos cruzó en Madrid en el 92, comimos juntos y quedamos en vernos en París en el verano del 93. P y J se separaron, cerraron su negocio y nos perdimos de nuevo. El 20 de noviembre de 2015 «El País» publicó en su portada un artículo «Que hacía yo cuando murió Franco». Aquél día P y J hablaron sobre esa fecha y recordaban que aquél día histórico habían estado conmigo. A P se le ocurrió buscarme en Facebook y me encontraron. Mi alegría fue enorme. Hemos prometido no volver a perdernos y lo hemos cumplido. Ya he escrito aquí sobre lo importante que para mi es la amistad.

Desde entonces P y J; aquel paseo premonitorio buscando sus caras por París; el disco de Zaz; aquél maravilloso intercambio de mails con J entre el 20 y el 21 de noviembre del 2015… Forman parte de una historia mágica con música de Zaz.

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Summertime y Take five

El jazz siempre me gustó aunque, para un adolescente de la España de los 60, era difícil escucharlo. Pocos discos, mal distribuidos. El jazz era un género recluido en clubes, para mi inaccesibles, y ausente de las emisoras de radio.

George Gershwin, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Tres nombres que, por si solos, explican porque me gusta el jazz. A Gershwin lo descubrí viendo en la tele, con trece o catorce años, a través de una película sobre su vida: «Rhapsody in Blue». Esa música me enganchó. Louis Armstrong era entonces el jazz accesible en España. Su trompeta y su voz me enganchaban. Con quince años descubrí a Ella Fitgerald y, con ella, se asentó el jazz en mis oídos.

Tres nombres juntos en el tema más conocido de la ópera de Gershwin, «Porgy and Bess» y que abren los oídos de cualquiera.

Poco después, en el UHF, escuché la sintonía de un programa cultural. En la imagen se veían las vías de un tren que avanzaba al ritmo de esa música. Simple, sencilla y atrapadora.

Mucho tiempo después supe que aquello se llamaba «Take Five», aquella sintonía seguía dentro de mi cabeza.

Dos razones para que el jazz me haya gustado desde hace tantos años. Luego escuché el jazz de New Orleans, Benny Goodman, Glen Miller, Billie Holiday, Nina Simone,… Sobre todos ellos volveré en futuras entradas. Siempre merece la pena recordarlos.

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