
«Mi calle tiene un oscuro bar, húmedas paredes, pero sé que alguna vez cambiará mi suerte». Esa sencilla estrofa me sacudió en 1968. Me di cuenta de que esa música era distinta, decía cosas. Cosas que nada tenían que ver con mi realidad de adolescente de clase media acomodada. Yo no había vivido una realidad como esa. Mis padres si. Mi padre fue soldadito perdedor de una guerra e hijo de represaliado. Mi madre también había perdido esa guerra y sus padres también fueron represaliados. Ellos se abrieron camino con sacrificios, renuncias y mucho trabajo. Yo empezaba a ser consciente de ello y sabía que el caso de mis padres ni era único ni era el peor aunque, en casa, de esas cosas no se hablaba. Había miedo, la dictadura estaba allí, omnipresente.
Eran distintos, sus letras, sin ser cantautores, decían. Su música era rock. No era un chimpún como tantos. Sonaban muy bien. En algún sitio leí que, en directo, hacían rock y jazz y sonaban todavía mejor.
Eric Burdon dijo de ellos, hablando de «La casa del sol naciente», «es la mejor versión que conocemos».
«Don’t let me be misunderstood», otra buena muestra de su calidad.
Eran realmente buenos y me hicieron sentir, me ayudaron a darme cuenta de que la vida es muy dura con quienes no han tenido ni suerte ni oportunidades.
Gracias a Manuel Cerdá que, hace unos días despertó mi recuerdo. Quizás te guste ver otras entradas: