
En estos días ha anunciado que la próxima será su última gira de conciertos: «EL vicio de cantar 1965-2022». No abandona la música, dice. No dejará de componer, dice. Ha sonado a fin de ciclo y el Gobierno se ha apresurado a concederle la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio «por su brillante carrera y contribución a la cultura». Es la máxima distinción que se otorga a quienes no son jefes de Estado o Altas Instituciones.
No es la primera vez que aquí escribo sobre las vivencias que asocio a su figura. Como le pasa a casi toda mi generación forma parte de mi banda sonora y, más allá, acompaña mis recuerdos y pone música a mis ideas, «Lo + mío». He echado de menos a esos clásicos «españoles de pro» que aprovechan estas ocasiones para sacar a relucir sus fobias a todo cuanto suena a progreso. Lamentablemente aparecerán como han aparecido recientemente, con toda sus miserias, al morir Almudena Grandes.
Recuerdo la primera vez que le vi actuar. Yo todavía era casi adolescente. En Gandía, desde la terraza de unos apartamentos que se abría sobre el jardín de una discoteca. Allí comencé a pensar que aquel tipo era más que un guaperas del gusto de mi hermana.
Un par de años después mi madre nos llevó al Palacio de la Música a verle, esta vez por lo legal y más de cerca. Todavía le recuerdo cantando «Señora» en un escenario que iluminaron en rojo para aquel tema, dando a su interpretación un cierto aire diabólico que me encantó.
La última vez que lo he visto, que lo vimos Ella y yo, fue en la gira «Dos pájaros de un tiro» con Joaquín Sabina, en el Palacio de los Deportes de Madrid, lo disfrutamos pero nuestros hijos pasaron de acompañarnos. Les gustaba pero… tenían otras cosas mejores que hacer.
No te vayas todavía, no te vayas por favor.
Quizás te guste ver otras entradas: