El lunes recibí por whatsapp una foto con un título: «El Mar. La Mer». Me lo enviaba mi amigo J desde Normandía, donde vive. J es hispanofrancés, creo o quiero creer que lo es más que francoespañol. Realmente da lo mismo. Es mi amigo, mi gemelo unos años mayor, y la tecnología me ayuda a tenerle cerca, hablar con él y hacer real lo que simplemente hubiera sido una añoranza de nuestros años jóvenes. Cuando recibí su mensaje me vino a la cabeza la imagen de mi padre cantando «La Mer», una de sus canciones favoritas.
En estos días oigo hablar continuamente de Mallorca a costa del regreso del turismo alemán a la isla. Lo oigo con envidia y ganas de poder moverme, tengo ganas de Mediterráneo. Finalmente se me ha metido un sonsonete en la cabeza que mezcla unas cuantas cancioncillas, muy populares en mi infancia y adolescencia, todas ellas referidas a Mallorca.
Las he buscado. Me sonaba que, en aquel entonces, se celebraba un festival de la canción que premiaba canciones referidas a la isla. Las que yo recuerdo eran divertidas, pegadizas y musicalmente ramplonas pero, aquí están, dentro de mi caletre: «La turista 1.999.999», «Me lo dijo Pérez» y «El Puente». Entonces me hubiera negado a reconocer que se me pegaban pero, lo cierto, es que lo hacían.
Wikipedia me cuenta que el «Festival Internacional de la Canción de Mallorca» se celebró en Palma entre 1964 y 1970. Y que su convocatoria primaba la presentación de canciones que promocionaran Mallorca como destino turístico. Nicolás Ramos cuenta que los temas que se convirtieron en los más populares no consiguieron el primer premio. Transmitían buen rollo, diversión y, supongo, que algo habrán contribuido al éxito turístico de Mallorca.
Un éxito que permitió que Mallorca no fuera sólo el objetivo del viaje de novios de la generación de mis padres. Ese fue su caso y el de mis suegros. No sólo de ellos, también el de «el verdugo» de Berlanga. Al que buscaba la Guardia Civil, megáfono en mano, en las Cuevas del Drach para que volviera a Madrid a ejercer su oficio. Ahora las Baleares son referente internacional del turismo, hasta el punto de que un indecente diputado alemán propuso que su país nos comprara la isla.
He leído que un tal Edward George Honey, soldado y periodista inglés, en desacuerdo con los bailes y fiestas que celebraban el fin de la guerra, envió una carta al Evening News solicitando cinco minutos de silencio en honor a los caídos en la I Guerra Mundial. Quien escribió esa historia se pregunta:, «¿Y si Mr. Honey hubiese escrito una carta solicitando cinco minutos de mayor alegría, pues dichos bailes y fiestas no le parecían suficientes? Quizá hoy celebraríamos la muerte cantando Paquito el Chocolatero, y ya te digo yo que Paquito, todos abrazados, se alargaría hasta que salga el Sol».
Pero «Paquito el Chocolatero» ha roto fronteras. En Toulouse trataron de convencer a mi hijo menor que ese pasodoble era música popular autóctona del sur de Francia. Y así la sentían aquellos gabachos, orgullosos de «sus tradiciones»
«Paquito» es marca España, así lo pienso y así parece pensarlo una de nuestras cerveceras, San Miguel, perteneciente al Grupo Mahou, que la utilizó como eje de su campaña publicitaria en el 2008.
Pero «Paquito el chocolatero» es netamente español, de Cocentaina (Alicante), habla del cuñado del compositor «un home molt formal que quan arriba la Festa va sempre molt colocat», Francisco Pérez Molina era hermano de Consuelo la esposa del compositor, Gustavo Pascual Falcó. Los padres de Francisco vendían chocolate y eran conocidos con el sobrenombre de Chocolateros. Francisco. Su vocación: las fiestas de moros y cristianos, junto a la música, son las dos caras de una misma moneda: en una el músico, en la otra el festero para los dos cuñados. En el verano de 1937 el compositor enseña a su cuñado Paquito tres composiciones musicales. Le pide que elija una de entre las tres para que lleve su nombre. Paquito sin dudarlo elige un pasodoble, alegre y dianero, que rima bien con su carácter festero, «Paquito el chocolatero».
Sería imperdonable no hacer un guiño al buen humor al hablar de «Paquito el chocolatero». Probad a teclear en Google ese nombre y buscad las imágenes. Entre ellas aparecerán con cierta frecuencia fotos de un individuo que nada tiene que ver con la alegría pero que protagonizó innumerable cantidad de chistes. ¿Porqué será’ que decía «La Bombi».
Paquito «El Xocolatero» es un home molt formal que quan arriba la Festa va sempre molt colocat
Es posa el vestit de Festa el puro, cafe-licor i s´en va per la filada per oblidarse de tot
(estribillo)
Pe’ l carrer va desfilant entre flors i colors el poble se’n va entregant a la gracia d’ aquest home que sap com ningu ballar. Per el carrer va desfilant. Cantueso i Herbero per a poder-ho aguantar mentre dura nostra Festa tan valenciana, tan popular
(bis)
L’ endemá s´en va a la fabrica i se posa a treballar Cantueso i Herbero per a poder-ho aguantar fins que torne nostra Festa tan Valenciana, tan popular
Cuando era niño el año nuevo tocaba en casa de mi tío, el hermano de mi padre. Cuando llegábamos la televisión retransmitía el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, luego llegaban los saltos de ski desde Garmisch-Partenkirchen y comenzaba la comida con tíos y primos.
Sin la Marcha Radetzky para mi no existe el año nuevo. Muy pocos años he faltado a la cita con ella. Acompañar dando palmas a los músicos y a los afortunados que lo siguen en directo. De niño entre el jolgorio de primos, de adolescente y joven airado menos, luego con mis hijos y con Ella, que es quien realmente sabe de música; ahora sólo con Ella, a veces, en el coche camino del Mediterráneo.
Solo cuando suena me creo que, de verdad, que es Año Nuevo. Feliz año.
Siempre me engancharon las fiestas de moros y cristianos. Siempre quise formar parte de una filá de moros. Esa música que, seguro, nada tiene que ver con la época a la que se refiere pero, te traslada a ese ambiente inventado por las gentes de nuestro Mediterráneo con ayuda del cine.
La música omnipresente, las filás de amigos ataviados con imaginación desbordada, las filigranas con las espadas, ese modo de fumarse un puro con un exhibicionismo que nada tiene que ver con fumar. Los capitanes alzando la mirada al cielo con los brazos abiertos para recibir el aplauso de su público, toda esa fanfarronería chulesca y pícara que sólo persigue la diversión. Ellos y ellas, pocas veces mezclados pero siempre reivindicando su grandeza, esas conversaciones mientras se desfila con sonrisa pícara, las cabriolas de los caballos y el paseo de animales más o menos exóticos,…
Parte del carácter mediterráneo que me atrae, me divierte y, al tiempo, me repele. Una amiga dice de mi que mi problema es que soy protestante y todavía no me he enterado. Va a tener razón. No soy cantor, no soy embustero, me gusta más la cerveza, nada el juego. Me gusta pensar que tengo alma de marinero. Soy contradictorio. Qué le voy a hacer, si yo no nací en el Mediterráneo pero, me apasiona.
No nací en el Mediterráneo pero así me siento. No he elegido la ladera de un monte más alto que el horizonte, los míos lo saben, pero es un buen lugar para quien lo escoja.
Valencia y Alicante, dos ciudades unidas a mi historia. Valencia son las vacaciones de mi infancia. Alicante es la ciudad que ha llenado mis ocios y los de mi familia desde que mis hijos eran pequeños. Alicante es mi refugio para el descanso y espero que lo sea por muchos años.
Ella, mis hijos, mis padres, mi hermana, mi abuela, mis tíos y primos, recuerdos de muchos veranos en la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y a las puertas de la vejez.. Tantos lugares, tantos paseos, tantos momentos,… El Portet de Moraira que, en el 61, era el mismísimo paraíso terrenal. Las fallas. Los veranos de la adolescencia en Gandía. Esa cala inesperada que un día descubrimos, los pinos, el sol, la paz.
‘Mediterráneo’, de Joan Manuel Serrat, se convirtió en abril del 2019 en ‘La mejor canción jamás cantada’ en español de las últimas décadas según los espectadores de La 1, con el 55% de los votos. Pero eso es sólo una anécdota.