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Tres recuerdos asociados a Vangelis

La muerte de Vangelis me trajo a la cabeza recuerdos de distintos momentos de mi vida resumidos bajo su música.

1969, verano, tenía 15 años y una canción, «It´s five o´clock» de Aphrodite´s Child sonaba en la terraza de mi casa. Celebrábamos uno de nuestros primeros guateques y yo bailaba con una amiga de mi hermana, A, nos conocíamos desde niños, juntamos mutuamente nuestras mejillas, todavía recuerdo el calor de su cara en la mía. Cuando, muy de vez en cuando, vuelvo a verla lo recuerdo y mentalmente se lo agradezco. Pocas veces se repitió aquello durante mi adolescencia.

1982, en diciembre del 81 había nacido había nacido nuestro primer hijo y nuestra vida había cambiado radicalmente. Con el cambio ir al cine se había vuelto casi imposible, todo nuestro tiempo se lo comía el trabajo y el niño. Probablemente los padres de Ella se quedaron una tarde con él para que pudiésemos «vivir» un poquito. No recuerdo si «Carros de Fuego» fue la primera película que vimos tras su nacimiento. Muy probablemente así fue. La historia que contaba estaba bien pero la banda sonora… inolvidable.

1982, unos meses después, trabajaba con horarios interminables para un jefe al que odiaba y al que estaba atado porque no podíamos correr el riesgo de que yo acabara en el paro. Ella trabajaba y, al tiempo, sacaba adelante al niño casi sin mi ayuda. Estábamos agotados y ni tan siquiera pensábamos en nuestro ocio. Nos perdimos «Blade Runner», una película con monólogos que ahora mis hijos recitan de memoria y que yo, muchos años después, sólo he visto a trozos. Una banda sonora que, a pesar de todo, si reconozco.

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Soy más de «La vida de Brian» que de la Semana Santa

Esta mañana he leído un texto de Maruja Torres con el que me he sentido totalmente identificado. Ella es algo mayor que yo pero los recuerdos coinciden. Los dos vivimos la infancia en aquella España gris de la dictadura y yo también soy de «La vida de Brian»

«Sin ánimo de ofender ni a los creyentes, ni a los costaleros, ni a las preciosas imágenes, ni a las saetas, ni a los balcones, proclamo desde aquí, que soy más de ‘La vida de Brian’, o de esa oda al paganismo que es la novela de Gore Vidal Juliano el Apóstata. Aparte de que me dan mucho miedo los enmascarados y las caperuzas.

Hechas las proclamas de rigor, quiero recordar cómo eran y qué representaban las Semanas Santas en las que crecí, en un tiempo, al parecer, ahora muy añorado. Eran, exactamente, lo que quiere conseguir Vox, con la ayuda del PP».

La Semana Santa en los años 50 y y primeros 60 era una semana eterna y oscura en la que cualquier muestra de alegría era severamente reprimida. Cualquiera podía echarte la bronca por reír y siempre había alguien que te la echaba. Mis padres, muy lejanos a la religión y muy cercanos al miedo de quienes perdieron la guerra, también nos hacían callar. No querían problemas. En la radio sólo sonaba música sacra, los cines sólo proyectaban películas religiosas; había que ir un montón de veces a misa y mi madre nos llevaba para evitar comentarios; unas misas inacabables en las que el cura hablaba de muerte y aterrorizaba a los fieles con las penas del infierno. Tengo la imagen clavada en la mente de la guardia civil escoltando procesiones con las armas boca abajo.; alguien me explicó que era «para no apuntar al cielo».

Todavía huyo de las procesiones, procuro vivir las vacaciones de primavera lo más lejos posible de los caperuzos, Quo Vadis, y las cornetas y tambores. Todavía se me retuerce el estómago cuando veo a la legión cantar lo del novio de la muerte mientras llevan en alto un cristo crucificado y me subleva esa mezcla de ensalzamiento de la muerte, la violencia y un cristo salvador que, al parecer, lleva un mensaje de paz y perdón.

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Era una bella y soleada mañana hasta que vino un hijo de p… y la j…

Marta Shokalo, editora de la BBC en Ucrania, cuando contaba como había salido de Kiev, huyendo de la invasión rusa el pasado 25 de febrero escribía: «Era una bella y soleada mañana, con las primeras señales de primavera en el campo. Era completamente surrealista». Marta daba importancia al valor de las pequeñas cosas que antes le hacían feliz: «Pasamos cerca del arbusto de moras donde el verano pasado fuimos felices recogiendo frutas. Hoy estaba otra vez feliz pero de una manera completamente diferente -contenta de haber salido de Kiev, feliz de estar con vida, feliz de haber llegado con mi hijo a un lugar seguro».

Leyendo aquellas líneas me vino a la cabeza aquella frase que decía «Era un día tranquilo y feliz hasta que vino un hijo de puta a joderlo». De ese concepto parece nacer el comienzo de la película de Chaplin, «El gran dictador».

Cambia ese patético y ridículo dictador, inventado por Charlot para hablar de Hitler por cualquiera de los aspirantes a tener el mundo en sus manos, el mismo Hitler, Stalin o, actualmente, Putin. Objetivamente todos igualmente patéticos, ridículos, sanguinarios y criminales, todos lejanos a la intencionada inocencia de aquella película. Todos próximos a esa caricatura.

Ojalá pronto llegue el día que el discurso de Chaplin no suene a utopía lejana por inviable.

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Marylin Monroe con faldas y a lo loco

Marylin era una figura que despertaba las hormonas en cualquier chico adolescente en los años sesenta. En aquellos años no recuerdo haber visto sus películas en las salas de cine. Si que las pasaban, pero solo en los cines de estreno y esos eran muy caros. Para colmo las calificaban como «Mayores con reparos» y eso las hacía imposibles para quiénes no habíamos cumplido los 18 años. Ya os he contado cómo era la vida de una película en la cartelera durante la dictadura, toda una historia que se complicaba con aquella «calificación moral» que restringía directa e indirectamente el acceso al público de las películas calificadas con un 3 o un 4 (las categorías más inmorales a juicio de los censores franquistas y/o eclesiásticos).

Desafortunadamente la tentación no vivía arriba y tenías que conformarte soñando con ella. Luego descubrías que también cantaba y te gustaba todavía más. Tardé mucho en ver en pantalla grande «Con faldas y a lo loco» y disfrutar de su sensualidad, de su voz y del enorme sentido del humor y la agudeza crítica de Billy Wilder. «Nadie es perfecto»

La vi en el Johny, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, uno de los centros más vivos de cuanto significaba ganas de libertad, refugio de ideas, nido de iniciativas culturales y resistencia antifranquista gestionadas, en gran medida, por los estudiantes que allí se alojaban.

Quien no haya vivido aquella España gris no podrá comprender que estoy contando ¿era un acto antifranquista ver una película de Marylin? No es tan fácil como eso pero si significaba explorar los límites de la dictadura. Así eran de estrechos esos límites y así eran de estrechos los franquistas.

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What a wonderful world

No recuerdo cuando la escuché por vez primera, probablemente cuando vi, en la tele, «Good Morning Vietnam». Ella ya la conocía y convinimos que era una preciosa canción que la voz de Louis Armstrong convertía en un sueño.

Una canción optimista y tierna destinada a reconciliarte con el mundo. Ya sé que la raza humana ha hecho de este mundo un vertedero de inmundicias morales y materiales pero, ya va bien que algo y alguien ponga un gramito de esperanza que nos impulse a mejorar el desastre que, con el egoísmo de unos y la indolencia de muchos, estamos construyendo.

Porque todos necesitamos un grito de esperanza y porque «What a wonderful world» siempre estará asociado a Ella

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El día es más largo para aquel que va a luchar: Bill Millin y 156.000 de jóvenes más

Los Reyes Magos me trajeron este año un libro «Lo que nunca te han contado del Día D» que he disfrutado. Bien sabían Sus Majestades que el tema me apasiona desde niño, desde que vi la película de «El día más largo» con ocho o nueve años.

Ya entonces se me quedaron en la cabeza un montón de historias de las que allí se contaban. Historias de las que entonces desconocía si eran o no ciertas (con esa edad todas me parecían ciertas). Luego descubrí que, convenientemente edulcoradas, narraban hechos reales. Recuerdo con horror los paracaidistas que caían muertos tras ser tiroteados durante el salto. El paracaidista de la 101 airborne que se quedó colgado de la torre de una iglesia. El desembarco durante el que los soldados, barridos por ametralladoras, buscaban refugio tras unas extrañas estructuras metálicas. Y cómo no, el gaitero que desembarcaba y se internaba tierra adentro tocando la gaita.

Un ejemplo de la locura de la guerra y de los gestos heroicos, a la vez que absurdos, que la salpican. Durante la primera guerra mundial los gaiteros acompañaban con sus instrumentos los asaltos a las trincheras enemigas y muchos murieron. A raíz de aquel absurdo se prohibió y, durante la segunda guerra mundial, se mantuvo la prohibición. Se mantuvo hasta que en el desembarco un oficial, Lord Lovat, decidió hacerse acompañar de un gaitero, Bill Millin, que tocó desde que la lancha de desembarco abrió su portón y los soldados, gaitero incluido, se echaron al agua. Se mantuvo tocando desfilando de un lado a otro de la playa, bajo un más que intenso fuego, que causó centenares de víctimas, sin ser herido. Parece que los alemanes lo tomaron por loco y no hicieron puntería con él y también parece que supuso un chute de adrenalina para los soldados que desembarcaban. «No soy historiador» lo cuenta mejor.

Por supuesto están documentadas las piezas que aquel heroico demente, Bill Millin, tocó: «Highland Laddie», «The Road to the Isles» y «All The Blue Bonnets Are Over The Border».

Miles de jóvenes, muchos de ellos voluntarios llenos de ideales, se jugaron la vida y la perdieron en aquella guerra contra el fascismo y la barbarie. Mi respeto, admiración y recuerdo para ellos. Un tributo a todo ese espíritu que ejemplifica ese gaitero que armado con su gaita y el típico cuchillo de los clanes escoceses quiso insuflar ánimos a sus compañeros combatientes.

Unos 156,000 combatientes llegaron a las 5 playas del desembarco. Sólo aquel 6 de junio de 1944 murieron .,400 soldados de ellos y más de 9.000 fueron heridos o desaparecieron. Frente a ellos también cayeron cerca de 9000 alemanes, muchos de ellos convencidos de que simplemente estaban defendiendo su patria (ese es el cáncer que corroe la inteligencia de la mano de la ideología nazi). Finalmente miles de civiles franceses pagaron con sus vidas aquella batalla.

Viajé con Ella y mis hijos a Normandía, los chicos se pusieron a jugar a la guerra hasta que les corté mostrándoles uno de los cementerios de los caídos ese día. Dejaron de jugar cuando se dieron cuenta de lo que allí había sucedido. Muchas veces he pensado que me pasé pero, en el fondo, creo que eso es educar.

Quienes me habéis leído sabéis que tengo una irrefrenable tendencia a mostrar la caspa, en tono de humor, que invadía aquella España gris de la dictadura. De muestra vale un botón: la versión en nuestra lengua del tema principal de la película cantada por José Guardiola.

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Hoy es el día de los enamorados, naná, naná, na, nanana…

Llevo todo el día con esa musiquilla dentro de la cabeza. Me resulta inevitable y es habitual, se me mete una música en la cabeza y allí se queda todo el día aunque no me guste. Hoy tiene sentido. Nunca he celebrado esa fecha que considero un mero reclamo comercial pero, desde el primer noticiario de la Ser que he escuchado al despertar, hasta ahora mismo. El machaqueo recordatorio se ha prolongado sin descanso por tierra, mar y aire. La canción no me gusta pero pertenece a una película que vi de niño y se hizo hueco en mis recuerdos. La memoria es caprichosa.

Yo tenía cinco años cuando se estrenó la película en 1959. Seguro que la vi en el segundo o tercer reestreno, probablemente en el cine «López de Hoyos» muy cerca de mi casa. La vería con mis padres, ir al cine era una pequeña fiesta familiar y, en aquellos años, no había mucho para elegir. ¿No sabes lo que es eso del segundo o tercer reestreno? Las películas tenían una vida larga que comenzaba en los cines de la Gran Vía o Fuencarral. Continuaba, unas semanas después, en algunos cines destacados de capitales de provincia y cines principales de barrios de posibles. Luego llegaba a otros barrios en cines que mantenían un cierto estatus y sesiones numeradas (en ellas sabías dónde te sentarías al comprar tu entrada que te daba. derecho a dos películas, precedidas por el nodo y con horario fijo. Finalmente, las películas prolongaban su vida en auténticos «palacios de las pipas» de sesión continúa a los que podías entrar y salir cuando te parecía oportuno y te sentabas dónde hubiera sitio. Un recorrido de meses y meses que terminaba en salas improvisadas en los pequeños pueblos y en colegios e institutos. Meses después llegaban a la tele de un sólo canal, por supuesto en blanco y negro.

La película, con el tiempo y sin pretenderlo, se ha convertido en un muestrario de recuerdos de mi infancia y de la caspa de aquella España gris contada en tecnicolor (la Tuna incluida).

Y ese final con San Valentín volviendo al cielo en el ascensor de «La Torre de Madrid», entonces el edificio más alto de España y muestra de la «modernidad» que la dictadura quería enseñar.

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Las alegres canciones de Shrek

Hoy llevo todo el día con el soniquete de algunos temas que Shrek volvió a traer al primer plano y, como Shrek es una serie intemporal, periódicamente vuelven a la memoria. Una feliz banda sonora.

«All Star», el tema de Smash Mouth que utiliza la película para presentar en imágenes a nuestro simpático ogro y dar unas pinceladas describiendo su feliz vida en el pantano.

El inolvidable «I’m a believer», un tema de Neil Diamond que en el 1966 triunfó con The Monkies (un grupo creado como base para una serie de televisión) y que llegó a ser número 1 del Billboard. Smash Mouth lo grabaron para Sherek, muy fieles a la versión de Monkies. Una canción alegre que siempre me ha pintado una sonrisa en la cara. Sirvió de broche final a la primera peli de Shrek.

Es evidente que los temas que mejor se han quedado en la cabeza tienen en común su aire festivo y divertido (a pesar de mi querencia por lo que Ella, para tomarme el pelo, llama el festival de música coñazo: Dylan, Cohen, Madredeus,…). El Funkytown de Lipps Inc. sonaba cuando Shrek, Fiona y Burro llegaban a Muy Muy Lejos, pero también sonó como sintonía en TVE durante la Vuelta Ciclista a España del 1980. Ya conocéis mi afición al ciclismo.

David Bowie junto con Butterfly Boucher pusieron también su granito de arena en la segunda película de Shrek con «Changes» ilustrando a un Shrek que ha bebido la poción «Felices por siempre» y se acerca a ver a Fiona.

«Livin’ la vida loca», el tema de Ricky Martin cantado por Burroy (Eddie Murphy) y el Gato con Botas (Antonio Banderas), pone fin a la segunda de Shrek. y a esta entrada que he escrito mientras sonreía de pura diversión.

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Mikis Theodorakis, fiel a si mismo

No hace falta que os de la noticia. Su muerte ha sido anunciada en todos los medios de comunicación. En algunos con lágrimas de cocodrilo. Mikis Theodorakis nunca renunció a sus convicciones y nunca abandonó su espíritu de lucha por cuanto creyó justo. He escogido dos pequeños blogueros que hoy le han glosado. Simplemente porque de muestra vale un botón: Ángel Reina y Humanidad Acompañadlo con Mikis dirigiendo a Quilapayun cantando aquello de «El pueblo unido jamás será vencido».

Sólo una vez he viajado a Grecia y la banda sonora de aquellas vacaciones estuvo presidida, como ya os conté, por Mikis Teodorakis. Entonces, en 1980, yo ya sabía quien era Mikis Theodorakis. Miento. Yo había oído hablar del resistente que muy joven había hecho frente a los nazis en su país, al cantante que se había enfrentado a la dictadura de los coroneles y, en todo caso, al autor de la banda sonora de Zorba el griego.

En 1977 José Luis Garci había dado un papel protagonista a una canción de Mikis Theodorakis («Luna de Miel» con letra en español de Rafael Penagos) en su película «Asignatura Pendiente». Era un tema que había popularizado Gloria Lasso en 1959 y que yo no recordaba haber escuchado cuando vi esa película. Me encantó su tono retro y me gustó la canción. Tened paciencia, el vídeo cierra con la canción.

Fue todo eso, le asocio a esos recuerdos y fue un gran músico. Su obra abarcó desde canciones y bandas sonoras de películas hasta sinfonías, ballets, óperas, … Os sugiero mirar la wikipedia y leer sobre la enormidad y el calado de su obra. Casi seguro no recordáis la banda sonora de Z, la película de Costa Gavras que cuenta una historia que el propio Theodorakis vivió muy de cerca en sus propias carnes (no como protagonista). En una pieza su música y su propia historia.

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Los «ruidos» de un verano en mi adolescencia (pongamos que hablo de 1970)

En mi adolescencia, en el paso de los años 60 a los 70, veraneaba, por supuesto en familia, en la playa de Gandía. Tuve una adolescencia sosa y mis recuerdos de entonces son sosos. Recuerdo largas mañanas de playa; la cabaña de cañas que nos hicimos para huir de la sempiterna vigilancia de los padres; el cine de verano; la ¿música? de las fiestas nocturnas de los hoteles y mucho ruido. Seguro que hay gente de mi edad que disfrutó aquello. Yo no lo voy a pintar como un infierno pero tampoco como algo divertidísimo. Era lo que se despachaba en una familia de clase media en aquella España gris.

Cerca del apartamento familiar había un hotel que tenía baile todas las noches. Su fin de fiesta, invariablemente, consistía en una magistral interpretación de «Los hermanos Pinzones». Con aquel hit mantenían el nivel que marcaba su baile más repetido:

El fin de fiesta daba paso a un continuo trasiego de vespinos sin silenciador que amenizaban la noche con ayuda de los mosquitos. Un adolescente como yo debía estar en casa tras la cena (eso de las largas noches de verano en mi casa no iba más allá del cine al aire libre). Había que dormir. Al día siguiente te despertaba el «camión del tapicero». Si. ese mismo que, con la misma grabación has podido oír en estos días en el pueblo o la playa en que veraneas.

Mi gran aliciente era el cine. Durante todo el año teníamos que estar en casa antes de cenar o, siendo tolerantes, a las diez de la noche. En verano podías ir al cine de verano con los amigos (muy probablemente con papá y mamá unas butacas más allá) y regresar en cuanto acababa la película. Una película que, en muchos casos, ya habías visto pero, eso no te importaba.

Y no pierdo de vista que yo tenía la fortuna de que, cada año, podía ir de veraneo a la playa. La pena es que esa España estaba pensada para la mediocridad y la falta de imaginación. Quienes entonces, quizás no sabíamos qué, pero queríamos más, quienes queríamos otras cosas, otros horizontes,… recordamos aquello con la sensación de que nos robaron la juventud.

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