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Mis historias de la radio

Como todas las mañana, tras levantarme, hice la cama, me duché, me vestí y desayuné con la radio de fondo, siempre la cadena Ser. Esa mañana escuché la misma sintonía de siempre pero tocada por una orquesta. Presté atención y descubrí que escuchaba la «Sinfonía Azul» de Federico Mompou. No sabía que existiera, busqué en Google y descubrí que esa sinfonía formaba parte de una obra llamada «Música Callada», una obra que se compone de un total de 28 movimientos agrupados en cuatro cuadernos que mantienen una estructura unitaria inspirada en el «Cántico Espiritual» de San Juan de la Cruz.

Según he leído «la Sinfonía Azul se sigue interpretando en su versión de orquesta en los grandes momentos de la Ser. De allí han salido versiones adaptadas al lio diario, a la radio que cada día, a la que me acompaña, me entretiene, me cuenta historias, me informa, me hace pensar y, a veces, se queda de ruido de fondo mientras mi cabeza se escapa en disquisiciones.

Desde niño he escuchado la radio, una radio que asocio al pan con chocolate mientras seguía apasionado las aventuras interplanetarias de un tipo que imaginaba vestido con mallas y un arma que ahora definiríamos retrofuturista. He olvidado como se llamaba aquel serial. Recuerdo a «aquel negrito del África tropical» y recuerdo también las aburridísimas tardes de futbol radiofónico.

Mi madre, ama de casa intelectualmente inquieta, vivía las mañanas de «sus labores» acompañada por la radio. En algún momento decidió sólo sintonizar, en el transistor de la cocina,Radio Nacional porque, por lo menos, no le interrumpía la publicidad. Contradicciones de la oferta radiofónica de aquella España en la que una «roja» (a mucha honra) prefería la radio oficial a las comerciales porque todas eran igual de serviles con la dictadura.

Mi padre era un hombre atípico en su época. Hablaba inglés, francés y alemán además de algo de italiano y ruso. Conservo su radio Telefunken de toda la vida, la del frontal de tela y un cristal oscuro en el que estaban grabados los nombres de las entonces, en todos los sentidos, lejanas capitales europeas. Luego cambió aquel aparato por otro modernísimo, pero más feo, japonés, multibanda, desde el que escuchaba las noticias sin censura de la «BBC World Service», de noche, en el dormitorio y con el sonido bajito.

Por mi parte, durante años, he visitado infinidad de clientes en larguísimas jornadas de volante en las que la radio del coche ha sido mi única compañía: Gabilondo y antes Luis del Olmo. De la Morena y antes José María García; Angels Barceló, Gemma Nierga, Javier del Pino y Francino; El señor Casamayor y Manolito Gafotas; «El viaje a ninguna parte» y los finales de etapa de la Vuelta y el Tour con Javier Ares, ciclismo puro.

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Ucrania: Give peace a chance

Este viernes las emisoras de radio públicas de todo el mundo (56 países) han emitido un mensaje en común. Un mensaje que clama por el fin de la guerra en Ucrania. Ese mensaje era una canción: «Give Peace a Chance» (Dale una oportunidad a la paz), la mítica canción de Jonh Lennon. Eran las 08:45 horas cuando ha sonado esa iniciativa. a través de 150 cadenas de radio públicas, Radio Nacional de España entre ellas.

John Lennon y Yoko Ono manifestaron su oposición a la guerra de Vietnam, en 1969, convocando a la prensa alrededor de su cama durante dos semanas, siete días en Amsterdam y otros siete en Montreal. John dijo que «todo lo que estamos diciendo es darle una oportunidad a la paz». Parece que le gustó el titular y de esa declaración nació la canción.

Una petición a la que Putin y su camarilla creo que harán oídos sordos. Una petición con la que debemos elevar la voz para que la escuchen quienes por acción u omisión están dando alas a esa cuadrilla. Una petición que contagie al sufrido pueblo ruso, que sufre su dictadura, para que la griten más cerca de esos individuos sin escrúpulos.

Ojalá pudieran hacerse realidad esas, lamentablemente utópicas, imágenes que alguien ha soñado y que, en las trincheras de la primera guerra mundial, se hicieron realidad en una tregua de navidad que terminó con fusilamientos masivos de quienes participaron de ella, soldados que tenían en común el ansia de paz.

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La romería, el picador y la Puerta de Alcalá

La radio lo presentaba como un paletuco que cantaba cosas de Asturias. Tópico y folclórico. Al tiempo, comenzaba a hablarse de cantautores y algunos críticos musicales le situaban en ese campo. Era el 68, yo tenía 14 años, me sonaba a distinto y me gustaba pero yo no llegaba más allá.

Víctor Manuel contaba y cantaba cosas que sonaban a nuevo. La romería hablaba de algo muy tradicional que protagonizaba gente normal y que revivía una fiesta popular sin ninguna arista. Eso ya era nuevo. Se fijaba en la gente y no en el fervor mariano como habría sido lo previsible en aquellos años en que la dictadura comenzaba a resquebrajase.

Van subiendo los mozos con los corderos al hombro. Sube la gente contenta a la fiesta del patrono. Sube la niña que estrena zapatos, novio y un bolso- Y todo el verde del valle se refleja en el arroyo. Y la gente por el prado no dejará de bailar mientras se escuche una gaita o haya sidra en el lagar… Se van por la carretera cruzando cuna y cenera. Canta su pena el romero y la vieja su consejo. Por San Cosme y San Damián cuidado niña temprana no pases el maizal, no lo riegues con tus lágrimas. Y la gente por el prado… Hay una empinada cuesta para llegar a la ermita y las campanas repican, los romeros van a misa y el pastor con su rebaño, con su zurrón y las vacas quiere ser luz o campana y despertar a su amada. Y la gente por el prado…

«El abuelo» estaba dedicado al suyo. Desde el año 62 las huelgas mineras habían convertido a Asturias en un referente en la lucha de los trabajadores en España por recuperar los derechos y condiciones de trabajo esquilmadas por la dictadura. En el 69 estalló una nueva huelga que parece inspiró a Víctor Manuel el dedicar a su abuelo, picador en la mina, esa canción.

Pasaron los años, recuperamos la democracia, Víctor Manuel se había casado con Ana Belén y, juntos, habían participado activamente en aquel empeño que les llevó a ser detenidos y sufrir el exilio.

El 19 de enero de 1986 murió Don Enrique Tierno Galván, Ella y yo fuimos a presentarle nuestro respeto a su paso por la Puerta de Alcalá, Ella llevaba al menor de nuestros hijos en su vientre. Nació ese mes de mayo, cuando comenzaba a escucharse la versión de Víctor y Ana de la Puerta de Alcalá. «Doscientos estudiantes inician la revuelta son los años sesenta.
Ahí está, la puerta de Alcalá, y ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo la puerta de Alcalá».

En el 86 sacaron «La Puerta de Alcalá». Funcionó muy bien, casi fue el epitafio de una época de gran agitación cultural con Madrid como epicentro de la creación, y con el profesor Tierno Galván como catalizador de una época irrepetible. Una época que terminó con el referéndum que nos metió en la OTAN para disgusto de la izquierda del PSOE.

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West side story

No recuerdo el año en que la vi, ni recuerdo el año, mucho antes, en el que sus canciones comenzaron a oírse en la radio. Supongo que en el 62., las películas tardaban en llegar a España. Aquella canción sobre América en la que las chicas la cantaban como tierra de esperanza mientras los chicos la ponían en duda. Me hacía gracia aquel diálogo radiado en un español que sonaba raro y que no consigo encontrar en youtube.

Cuando vi la película ya entendía el fondo de eso que llaman «crítica social» que tenía. De niño me había conformado con aquello de que nos tenían manía a los españoles y, por extensión, a nuestros hermanos de América. No me gustan los musicales, pero «West side story» es de los pocos que me han gustado.

Luis Alberto Jiménez me dio la pista: Steven Spielberg va a estrenar un remake de la película. Y me apetece. En diciembre veremos si la versión hace los honores al original y al respeto que a los aficionados al cine nos merece Spielberg.

Las comparaciones son odiosas he oído siempre decir pero, a mi me ha gustado siempre comparar.

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¿Por qué, por qué? Los domingos por el futbol me abandonas

Siempre recordaré de mi infancia aquellas interminables tardes de domingo en las que mi padre escuchaba, desde su butaca, la retransmisión de los partidos de fútbol en la radio. Mientras, mi hermana y yo no podíamos hacer ruido y mi madre leía sentada en la otra butaca. La radio daba los signos para la quiniela y arrojaba unos, para mí, incomprensibles resultados: «Colchón Flex 1, Cerveza El Águila 0 » Supongo que la emisora adjudicaba marcas comerciales a los equipos de fútbol como parte de una estrategia publicitaria pero, no estoy seguro de eso. Muchas veces me he preguntado ¿porqué no odio el fútbol?

Tengo asociadas aquellas tardes con una canción «El partido de fútbol» que yo recuerdo como «¿Por qué, por qué? Los domingos por el futbol me abandonas». Nada tenía que ver la letra de esa canción con la tarde de los domingos en mi casa pero, para mí, significaba cuestionar la raíz de ese tremendo tedio.

La canción que yo recuerdo la cantaba Gelu, pero era una versión de una canción italiana, «La partita di pallone», de Rita Pavone:

¿Por qué, Por qué?
Los domingos por el futbol me abandonas
No te importa que me quede en casa sola
No te importa
¿Por qué?
¿Por qué?
No me llevas al partido de una vez
Quizás, quizás
Tu me mientes al decir que vas al futbol
Es seguro que lo empleas como escusa
Es seguro quizás, quizás
Yo me entere alguna vez de la verdad
Te seguiré, y comprobaré si con otra vas
No me engañarás
Contigo iré y si no es así tu verás
Con mama mama mama volveré
¿Por qué, por qué?
Los domingos por el futbol me abandonas
No te importa que me quede en casa sola
No te importa
¿Por qué?
¿Por qué?
No me llevas al partido de una vez
Te seguiré, y comprobaré si con otra vas
No me engañarás
Contigo iré y si no es así tu verás
Con mama mama mama volveré
¿Por qué, Por qué?
Los domingos por el futbol me abandonas
No te importa que me quede en casa sola
No te importa
¿Por qué?
¿Por qué?
No me llevas al partido de una vez
Y no me llevas al partido de una vez

Desde aquel 1963 en el que la mujer estaba al margen de un fútbol patrimonio del padre de familia y sus vástagos varones han cambiado mucho las cosas. Ahora hay muchas chicas que disfrutan más del fútbol que un tipo como yo que lo ve con más que moderado entusiasmo, Soy madridista pero no comulgo con Florentino y los partidos se me suelen hacer demasiado largos si no los veo con más gente. Incluso he leído a Igor Paskual, en la revista Libero, plantear una discutible teoría: «El hombre del que habla en la canción pudiera ser gay y el partido era una excusa para ligar«.

«Los domingos por el fútbol NO me abandonas»

Estas son cosas que cuenta la Cadena ser en Vigo. Esa canción, con letra de un tal Buceta y arreglos y voz de un tal Cunha Ilustra bien lo que os estoy contando y es divertida.

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El Vuelo 605 con Good Vibrations

La radio me trajo la música y en la radio descubrí en los años 60 el programa de Ángel Álvarez, Vuelo 605. No recuerdo si primero lo escuché o lo descubrí a través de los pasquines semanales que, en el entonces recién inaugurado Corte Inglés en esa avenida que llamaron Generalísimo, daban cuenta de novedades y discos más comprados en el «Caravana Hit Parade» de Ángel Álvarez. Cada semana, en lugar de ir a las clases de la tarde, los amigos del instituto nos acercábamos a recoger el folleto de esa semana.

Vuelo 605, dirigido y presentado por Ángel Álvarez, se emitió entre la primavera de 1963 y el 2004. Pasó por Radio Peninsular, Radio Madrid, Radio Minuto y M80 Radio. El 26 de junio de 2004 se pudo escuchar su último programa. Menos de dos meses después fallecía Ángel Álvarez.

Héctor Maravall cuenta: «Caravana, era más, mucho más. Era el folk, el emergente folk rock,  el country,  el rhythm & blues, el sonido de California  y también Sinatra. La verdad es que tardé en conectar con Sinatra,  salvo “Strangers in the night” que me derretía». Ya os he contado que a mi me sucedía algo similar pero con «My way».

Diego Manrique escribió: «Su influencia en la apertura musical del país fue inmensa: en una radiodifusión autárquica y particularmente alérgica a las canciones en inglés, Álvarez seleccionaba con refinado criterio las últimas novedades de Estados Unidos y, tras la eclosión de The Beatles, el Reino Unido. Introdujo en España el sonido Nashville y, más decisivamente, el folk de Pete Seeger y Bob Dylan, facilitando el surgimiento de grupos y cantautores madrileños en la misma línea. Con el Club Caravana, que editaba boletines rebosantes de información, Álvarez nucleó a su alrededor una activa minoría de buscadores de la música de calidad, de donde saldrían abundantes periodistas, pinchadiscos de FM y empleados de discográficas.»

Hace años compré un recopilatorio del Vuelo 605 preparado por el propio Ángel Álvarez con 19 temas. Entre ellas escojo una: Good Vibrations de los Beach Boys que recuerdo haber cantado, y hasta bailado, con Ella, con mis amigos, en todo tipo de ocasiones. Hasta recuerdo escucharlo por vez primera cuando mi gran amigo de la adolescencia compró aquél disco.

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«Up around the bend» camino del Cañón del Colorado

Un viaje inolvidable. Aterrizamos en Flagstaff, Arizona, y alquilamos un coche. Salimos camino del Gran Cañón del Colorado. Nos habían aconsejado ajustar la velocidad a la de los grandes camiones que encontraríamos en la carretera. Ellos sabían mejor que nosotros dónde se podía correr y dónde no. Así lo hicimos. llevábamos la radio encendida y sintonizada con una emisora musical. Sonaba country y rock, muy reconocible para nosotros. De pronto sonó la Credence Clearwater Revival, «Up arund the bend».

Si. No era un sueño, estábamos en Estados Unidos. Todo era tremendamente USA.  Luego la carretera comenzó a serpentear junto al «Little Colorado Canyon». Paramos en un mercadillo en el arcén de la carretera. «Nativos americanos» vendían cazasueños, tomahawks, arcos, flechas, penachos y adornos típicos. Recuerdo que uno de ellos enseñaba un cartel de veterano de Vietnam.

Algo más allá de los puestos estaban las autocaravanas en que vivían en condiciones… llamémoslas precarias.

El paisaje impresionante, el lugar espectacular, el Gran Cañón… No hay palabras. El arco iris sobre el Gran Cañón. Un país de grandes contrastes. Magnífico y deprimente.

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Summertime y Take five

El jazz siempre me gustó aunque, para un adolescente de la España de los 60, era difícil escucharlo. Pocos discos, mal distribuidos. El jazz era un género recluido en clubes, para mi inaccesibles, y ausente de las emisoras de radio.

George Gershwin, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Tres nombres que, por si solos, explican porque me gusta el jazz. A Gershwin lo descubrí viendo en la tele, con trece o catorce años, a través de una película sobre su vida: «Rhapsody in Blue». Esa música me enganchó. Louis Armstrong era entonces el jazz accesible en España. Su trompeta y su voz me enganchaban. Con quince años descubrí a Ella Fitgerald y, con ella, se asentó el jazz en mis oídos.

Tres nombres juntos en el tema más conocido de la ópera de Gershwin, «Porgy and Bess» y que abren los oídos de cualquiera.

Poco después, en el UHF, escuché la sintonía de un programa cultural. En la imagen se veían las vías de un tren que avanzaba al ritmo de esa música. Simple, sencilla y atrapadora.

Mucho tiempo después supe que aquello se llamaba «Take Five», aquella sintonía seguía dentro de mi cabeza.

Dos razones para que el jazz me haya gustado desde hace tantos años. Luego escuché el jazz de New Orleans, Benny Goodman, Glen Miller, Billie Holiday, Nina Simone,… Sobre todos ellos volveré en futuras entradas. Siempre merece la pena recordarlos.

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Yo soy aquel negrito

Es la primera canción que recuerdo, la asocio a mi infancia y a la radio que siempre me gustó y siempre me ha acompañado.

Me gustaba lo de «si lo toma el ciclista se hace el amo de la pista». Mi padre me inculcó el gusto por el ciclismo. Disfruté cada Vuelta, cada Tour y cada Giro desde niño. Y lo sigo haciendo.

Disfruté con Bahamontes, Pérez Francés, el Kas, Poulidor, Merckx, Ocaña, Gimondi, Tarzán Sáez,…

Recuerdo bailotear, muy niño, en la cocina de casa, mientras cantaba aquella canción. Y tomarme un Colacao, calentito, bien batido y, preferiblemente, acompañado de unas galletas «Chiquilín».

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