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Hubo un tiempo en que cada quién tenía su melodía en mi móvil

Y molaba. Ahora supongo que se puede seguir haciendo pero no debe de ser fácil o la opción requiere de un dominio tecnológico del que carezco. Cuando sonaba el tono ya sabía quien me llamaba o, cuando menos, que tipo de llamada requería mi atención. En cualquier caso recordad que, en aquellos años en los que finalizaba un siglo y comenzaba otro, el móvil y su uso no tenían el mismo uso ni significado que en el presente.

Cuando sonaba la marcha imperial yo sabía que me llamaba Ella, mis hijos o mi jefe y había que ponerse inmediatamente. A Ella no le gustaba porque decía que ni quería estar a la par con el jefe ni quería un sonido dictatorial como el de esa marcha.

Si tu me dices ven… Entonces era la familia: mi madre, mi hermana, mis suegros, o los amigos, sólo los más cercanos, esos que si tienes cinco eres afortunado y si tienes más es que eres un gilí que no sabe que es un amigo.

Las llamadas del resto de la familia y de los conocidos más próximos. Todas esas llamadas que merecía la pena atender y que , posiblemente, pintaran una sonrisa en tu cara o, por fortuna sólo de vez en cuando, una nube en tu corazón cuando te contaban sus tristezas.

He tenido la fortuna de que mi trabajo me gustaba y ese era el sonido de la llamada de mis clientes.

Quienes me habéis leído ya intuís que mi espíritu militar no va muy lejos. Ese toque de corneta llamando «a la carga» me avisaba de que llamaban mis compañeros de trabajo. Normalmente con esas llamadas un marrón llegaba a mi mesa, yo era el director comercial.

Y, claro está, esas llamadas de origen desconocido que no sabías quien era ni que quería. Ahora esas llamadas sólo presagian el que una compañía del IBEX te quiere vender un cambio de contrato que es mejor no aceptar aunque te prometan el paraíso.

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