
Marta Shokalo, editora de la BBC en Ucrania, cuando contaba como había salido de Kiev, huyendo de la invasión rusa el pasado 25 de febrero escribía: «Era una bella y soleada mañana, con las primeras señales de primavera en el campo. Era completamente surrealista». Marta daba importancia al valor de las pequeñas cosas que antes le hacían feliz: «Pasamos cerca del arbusto de moras donde el verano pasado fuimos felices recogiendo frutas. Hoy estaba otra vez feliz pero de una manera completamente diferente -contenta de haber salido de Kiev, feliz de estar con vida, feliz de haber llegado con mi hijo a un lugar seguro».
Leyendo aquellas líneas me vino a la cabeza aquella frase que decía «Era un día tranquilo y feliz hasta que vino un hijo de puta a joderlo». De ese concepto parece nacer el comienzo de la película de Chaplin, «El gran dictador».
Cambia ese patético y ridículo dictador, inventado por Charlot para hablar de Hitler por cualquiera de los aspirantes a tener el mundo en sus manos, el mismo Hitler, Stalin o, actualmente, Putin. Objetivamente todos igualmente patéticos, ridículos, sanguinarios y criminales, todos lejanos a la intencionada inocencia de aquella película. Todos próximos a esa caricatura.
Ojalá pronto llegue el día que el discurso de Chaplin no suene a utopía lejana por inviable.
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